diumenge, 21 de gener del 2018

El enigma Emilio Griffiths: el gran misterio sin resolver de la Guerra Civil española

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¿Qué papel jugó Queipo de Llano (1875-1951) en esta historia? (Cordon Press)
Hay que fusilar al asesino Griffin”. Esta es una de las frases que, errata incluida, aparecían en la carta que el gibraltareño Abraham Bensunan envió al Secretario de Estado de las Colonias en Londres. “Si pillan a alguien leyendo 'Porvenir', es un comunista, le fichan y termina en las manos del asesino de la Línea Emilio Griffin, que hace que lo ejecuten sin juicio… el otro día ya lo hizo con siete”. El tal “Griffin”, en realidad era Emilio Griffiths, nacido en 1890 en Jerez de la Frontera. En menos de un año, pasó de ser uno de los capos de la represión franquista a ser detenido por el general golpista y morir en extrañas circunstancias. Hoy, se puede encontrar a Griffiths en Todos los nombres, una página que lista a los represaliados por el franquismo en Andalucía, Extremadura y Norte de África.
Casi un siglo más tarde, sigue sin saberse cuáles fueron exactamente las razones de la rápida caída del tal Griffiths. Las distintas hipótesis sugieren, eso sí, que el angloespañol se llevó unos cuantos secretos a la tumba. Quizá fuese el ejecutor corrupto del teniente general Gonzalo Queipo de Llano, quizá un espía británico, o tan solo el objeto de las envidias locales cuya vida acabó como resultado de una 'vendetta' personal. Su peculiar historia acaba de ser contada en las páginas del 'European History Quarterly', por el historiador Gareth Stockey de la Universidad de Nottingham, especializado en España y Gibraltar y que utiliza este peculiar caso como un ejemplo de la rivalidad y represión en la España en guerra.
Sin el papel de este misterioso hombre, el “estado cleptocrático” instaurado después del golpe de Estado no habría sido posible
Durante alrededor de un año, Griffiths fue un individuo clave en el Campo de Gibraltar, un período durante el cual fueron ejecutadas al menos 411 personas, aunque alguna fuentes apuntan a cifras por encima de los 2.000 tan solo en la Línea, el mayor núcleo urbano de la región. Era la mano derecha de Queipo de Llano, uno de los militares rebeldes más sangrientos del alzamiento que desde Sevilla administró esa nueva Andalucía sin rojos, masones ni infieles. El suyo era un “estado cleptocrático” –según el término del profesor Rubén Serém– basado en el robo de las propiedades de los perseguidos, en el que la humillación y los chantajes eran moneda de cambio habitual. Un sistema que sin Griffiths no habría sido posible.

¿Quién era?

Griffiths nació en Jerez de la Frontera, y probablemente quedó huérfano a una edad temprana. Su abuela lo crió en Gibraltar y disfrutaba de la doble nacionalidad inglesa y española. Era un aficionado al toreo. Con apenas 18 años, comenzó a organizar corridas en La Línea. Sin embargo, su ambición le llevó a Madrid en 1913 para probar suerte como policía. Pasó a formar parte del Cuerpo de Vigilancia, un brazo de la ley compuesto por agentes de paisano, y a los 30 años ya cobraba 5.000 pesetas mensuales, una alta cantidad para la época. Ello no le impidió ir contra el reglamento y trabajar como subdelegado veterinario hasta terminar sirviendo en las caballerizas de Alfonso XIII. Un rol que compatibilizó con el de agente de primer nivel.
El rey Alfonso XIII posa para la realización de una estatua ecuestre. (Cordon Press)
La llegada de la República el 14 de abril de 1931 no significó, frente a lo esperado –había reventado desde dentro alguna huelga veterinaria–, el final de su carrera. El Cuerpo de Investigación y Vigilancia siguió haciendo lo de siempre, es decir, “investigar, supervisar y arrestar a 'indeseables' políticos y sociales”. En eso estaba Griffiths cuando estalló la guerra. Un gran número de sus compañeros (229, el 30% del total) fueron liquidados. Lo más probable es que él hubiese corrido la misma suerte si no hubiese salido pitando de la capital. Como señala el historiador, “dada la violencia a la que sometieron a los oficiales del Cuerpo en Madrid, la decisión de escapar era razonable, pero el rápido ascenso de Griffiths a una posición de autoridad en la zona rebelde sugiere que ya se había comprometido con los golpistas hacía tiempo”. En junio de 1936, Griffiths fue visto en Cádiz y Gibraltar.
Sea como fuere, en lo que coinciden todas las fuentes es que en agosto de 1936 ya trabajaba como delegado en la administración militar de la zona. Es probable que fuese el propio Queipo de Llano quien lo nombrase a dedo como responsable de una región particularmente compleja –pero también atractiva– por su cercanía a la colonia inglesa gibraltareña. Esta fue cerrada temporalmente en agosto, hasta que el general decidió prohibir la salida de capital desde España bajo amenaza de ejecución. Sobre Griffiths recaía la responsabilidad de extender todos los permisos para aquellos que quisieran cruzar desde España hasta Gibraltar, incluidos los trabajadores. Alrededor de 10.000 personas lograron escapar antes de la llegada de las tropas franquistas; la puerta se cerró para el resto.
Al menos 411 personas fueron ejecutadas en las cuatro localidades de Campo de Gibraltar, a menudo sin juicio previo y por motivos arbitrarios
La represión a este lado de la frontera española era tremendamente dura. Al fin y al cabo, fue una de las primeras regiones en caer bajo el mando rebelde tras el golpe de estado. Algeciras, La Línea, Los Barrios y San Roque, una tras otra; fue cuestión de días. Durante los años anteriores, los trabajadores de la región habían sido con malos ojos por los militares como un hatajo de “ladrones y prostitutas” que, además, se habían convertido a la masonería y habían sucumbido al comunismo. La justificación que necesitaban para cercenar la vida de cientos de personas, a menudo indiscriminadamente. Al menos 411 en las cuatro localidades, un 13,4% del total de ejecuciones en la provincia de Cádiz a lo largo de toda la guerra.
Las razones por las que uno podía terminar en el paredón eran a cada cual más arbitraria. Los documentos muestran que un gibraltareño llamado Juan Villa fue condenado a 21 días de prisión por decir en un bar de La Línea que “Franco nunca tomará Madrid”. Hay historias aún más kafkianas, al menos según el testimonio de Bensusan. Un tal Manuel Jurado fue arrestado y condenado a muerte en La Línea por parecer “contento” cuando llegaron las noticias del revés sufrido por el ejército nacional. A ello había que añadir las expropiaciones forzosas: 24 granjas fueron arrebatadas al antiguo alcalde de San Roque, Antonio Galiardo, y registradas a nombre de la Junta de Defensa Nacional de Burgos. Era un abogado moderado de Izquierda Republicana, pero según la prensa, se trataba de un “conocido marxista”.
Refugiadas españolas en Gibraltar, 29 de julio de 1936. (Cordon Press)
Las mujeres tampoco pudieron escapar a la sanguinaria represión puesta en marcha por Griffiths y los suyos. Uno de los testimonios muestra a un falangista llevando a una mujer al Círculo Mercantil de La Línea, dándole dos huevos fritos y proporcionándole acto seguido una purga y afeitando su cabeza antes de sacarla por la Calle Real para ser objeto de las burlas de sus vecinos. Los falangistas cantaban “¡Por la autoridad y por orden del alcalde os vamos a purgar y a afeitar vuestras cabezas!” Según algunos periódicos de la propaganda republicana, las violaciones eran habituales y las víctimas,asesinadas para encubrir los crímenes. No obstante, Stockey matiza que otras fuentes coinciden en que los saqueos y las expropiaciones eran habituales. “Nos quitaron todo”, explicaba una mujer de La Línea llamada Maruja Gil.

¿Qué oculta este misterio?

En opinión del autor, Griffiths se descubrió como “un administrador tremendamente eficiente del 'estado cleptocrático' de Queipo en el sur”. En otras palabras, había convertido el robo, los saqueos y el abuso de poder en prácticas habituales. Estos tenían como objetivo, la mayor parte de casos, financiar al ejército rebelde… y, quizá, llenar los bolsillos de los golpistas. Las víctimas eran simpatizantes republicanos, pero no siempre; muchas de las “generosas” donaciones de los andaluces no eran tan voluntarias como podía parecer. Griffiths ejecutaba sus abusos con toda la libertad que le confería el apoyo incondicional de Queipo de Llano, algo de lo que alardeaba incluso cuando cruzaba la frontera con Gibraltar sin ser registrado por los carabineros.
¿Fue un accidente, un suicidio o un asesinato? Había muchos interesados, como Queipo de Llano, de que se llevase sus secretos a la tumba
Algo cambió en mayo de 1937, cuando de la noche a la mañana fue arrestado en La Línea, una historia que llegó a ser publicada en 'The New York Times'. Según la versión del rotativo americano, la orden procedía directamente de Salamanca, donde el general Franco había instalado su cuartel general. Según el medio americano, las detenciones del delegado y de otros profesionales tenía como objetivo “detener el contrabando en la frontera y reforzar la censura insurgente”. Al parecer, el misterioso jerezano, mano a mano con Queipo, había sacado buena tajada del tráfico de dinero en la frontera con Inglaterra. Griffiths, según esta versión, había sido detenido por la guardia personal de Franco al grito de “¡no podéis detenerme!”
Hay quien asegura que, en realidad, se trataba de un espía inglés, una hipótesis que fue refrendada más tarde por el historiador franquista Ricardo de la Cierva por el constante trajín entre un lado y otro de la frontera del delegado. Los secretarios de la colonia llegaron a lamentar el arresto de “ese delegado de La Línea que tanto nos ha ayudado en los últimos meses”, y su nombre aparecía como fuente en las crónicas de 'Gibraltar Chronicle'. En una ocasión, por ejemplo, animaba a los ingleses a visitar la “completa tranquilidad” del lado español… justo un día antes de autorizar otras cuatro ejecuciones. Un hombre entre dos mundos que muestra que, probablemente, Griffiths tan solo trabajaba para sí mismo. Y, como mucho, para Queipo.
La Inteligencia británica de Gibraltar, no obstante, dio otra versión de los hechos décadas después, cuando reveló que la detención había sido responsabilidad de un tal José García Sánchez, que había denunciado a Griffiths ante sus propias autoridades. Se trataba de un viejo amigo que había trabajado como su secretario durante los primeros compases de la guerra. Fue él quien le había acusado de ser cómplice de los ingleses, y en represalia, terminó en un campo de concentración durante cuatro meses. Cuando salió, no había otra cosa en su cabeza que vengarse de su antiguo jefe. Lo consiguió poco después cuando consiguió que este fuese arrestado y trasladado a Sevilla.
Lo que no queda claro es cómo terminó la ajetreada vida de Griffiths. El 'Gibraltar Chronicle' reportó en junio de 1937 que había muerto tras caer del quinto piso de una cárcel de Sevilla mientras intentaba huir. Si fue en la Comandancia de Marina o en el Parque María Luisa, las versiones de la historia difieren. Hay quien asegura, como el periódico anarquista 'Solidaridad obrera', que se trata de un suicidio o incluso un asesinato encargado por el propio Queipo de Llano. Este es el enigma definitivo de la misteriosa historia del auge y caída de Griffith: qué conocía y hasta qué grado participó en los tejemanejes de uno de los más altos militares de la jerarquía franquista. El hombre que aplastó a los andaluces para llenar los bolsillos de los golpistas.