dissabte, 24 de juny del 2017

Concert inaugural des Echappes musicales de Gurs. Dimanche 2 juillet 2017 à 19 h au camp de Gurs



Le président et le conseil d’administration de l’Amicale du camp de Gurs seraient honorés de votre présence au concert inaugural des:
Echappées musicales de Gurs (2017)
Le concert sera donné sur l’esplanade, devant le cimetière du camp, le dimanche 2 juillet, à 19 h (possibilité de repli dans l’église de Navarrenx en cas de pluie).
Entrée et participation libres
Toutes les œuvres jouées par les concertistes Mélina Burlaud (piano) et Charlotte Lederlin (violon) ont été interprétées au camp par les internés, entre 1939 et 1943.
Nous souhaitons votre présence à cet évènement
Le Bureau de l’Amicale du camp de Gurs
André Laufer. Claude Laharie


Las grandes olvidadas: las mujeres españolas en la Resistencia francesa


http://www.ecorepublicano.es/2017/06/las-grandes-olvidadas-las-mujeres.html



Las grandes olvidadas: las mujeres españolas en la Resistencia francesa
Isabel Munera Sánchez

Un gran manto de olvido ha cubierto durante muchos años la participación española en la Resistencia francesa. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, los franceses se dedicaron a construir una historia de la Resistencia que ignoraba la importante presencia de extranjeros en la liberación de Francia, y que convertía a los franceses en los protagonistas indiscutibles de la lucha que se libraba en Europa contra el nazismo. Pero si la presencia de los republicanos españoles fue ignorada, la de las mujeres ha sido completamente silenciada, convirtiéndose, muy a su pesar, en protagonistas invisibles de una historia de olvido. Ha llegado el momento de levantar ese manto de silencio y de recuperar la memoria de todas estas mujeres anónimas que arriesgaron su vida porque el mundo recuperara la libertad. Este es, sin duda, el principal objetivo de esta intervención. Porque como muy bien señaló el escritor francés André Malraux ya en 1975: “Los que han querido confinar a la mujer al simple papel de auxiliar de la Resistencia, se equivocan de guerra”.

De guerra sabían mucho ya las mujeres españolas cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. El triunfo del levantamiento franquista en España las había empujado al exilio huyendo de los bombardeos. En las últimas semanas del mes de enero y principios de febrero de 1939, cerca de 500.000 españoles cruzaron los pasos pirenaicos en la más importante emigración forzosa de la historia de España. Niños, ancianos, mujeres, soldados y familias enteras comenzaron entonces un largo peregrinar por medio mundo, aunque los dos lugares más importantes de asentamiento de estos españoles desarraigados serían Francia y México. [1] Huyendo de un destino que se presentaba incierto, los refugiados depositaron sus esperanzas en el país vecino, una tradicional tierra de asilo y cuna además de los Derechos del Hombre. Pero las autoridades francesas, nada habían previsto, pese a que la derrota del ejército republicano se hacía cada vez más evidente. Días y noches a la intemperie, muertos de frío y hambre, los exiliados españoles esperaron su turno para cruzar la frontera. Ya en suelo francés, los gendarmes se encargarían de separar a las familias. Los hombres que estaban en condiciones de trabajar fueron conducidos a campos de concentración, mientras que las mujeres, los niños, los enfermos y los ancianos fueron evacuados masivamente a improvisados albergues y centros de acogida en diversos departamentos del interior.

Pese a las manos que les tenderán algunos franceses solidarios con su situación, en general, el recibimiento del pueblo francés será hostil. Además, la prensa conservadora y de extrema derecha se encargará de exaltar aún más los ánimos. “Invasión de refugiados”, “ruinas humanas”, “marea de fugitivos”, “bestias carnívoras de la Internacional” o “la hez de los bajos fondos y de las cárceles”, [2] serán algunos de los calificativos que recibirán los republicanos españoles. Las condiciones de vida durante los primeros meses en los campos de concentración de Argelès, Saint Cyprien y Barcarès serán especialmente duras. Playas desnudas, rodeadas de alambradas sin un lugar donde guarecerse del frío, sin apenas nada que llevarse a la boca, sin medidas de higiene, sin medicamentos, bebiendo agua salobre y haciendo sus necesidades en la playa, de donde procedía el agua que bebían. Con estas condiciones, serán muchos españoles que mueran en los primeros momentos de su llegada a Francia. Aunque algunas mujeres vivirán en primera persona esta realidad, serán una minoría. La mayor parte pasarán estos primeros meses de exilio en albergues y centros de acogida donde las condiciones de vida no serán, sin embargo, mucho mejores. En escuelas, cuarteles, granjas, cuadras o viejas fábricas dormirán en el suelo o sobre paja, sin agua caliente, sin ropa de abrigo, sin apenas comida con la que alimentar a sus hijos y con la incertidumbre de no saber cuál es la situación de sus familiares encerrados en los campos de concentración. Muy pronto, las autoridades francesas intentarán deshacerse de unos refugiados que consideran una “gran carga” para su economía y fomentarán las repatriaciones a terceros países, sobre todo, de América Latina y el retorno a España, incluso recurriendo en muchas ocasiones al engaño. [3]

Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres españolas tendrán que continuar su particular lucha por la supervivencia. Una orden de abril de 1940, que decretaba el cierre definitivo de todos los albergues, complicará aún más su situación. [4] Sometidas a la presión de las autoridades francesas, las mujeres se debatirán entre regresar a España, desde donde llegan noticias de que se ha desatado una brutal represión, reemigrar a terceros países, una posibilidad no siempre al alcance, o iniciar en Francia una vida en la clandestinidad. Pero no era fácil regularizar la situación y conseguir los papeles necesarios. Además, las mujeres no eran consideradas un colectivo interesante para la economía nacional. Si no disponían de una familia establecida en el país, sus posibilidades de permanencia eran escasas. Algunas trabajarán en el campo, otras como criadas y las menos en fábricas; pero son muchos los testimonios que nos hablan de la situación de explotación y vejaciones que sufrirán por parte de sus patronos. Y, pese a todo, las mujeres siempre estarán en primera línea cuando se trate de impedir una injusticia. Fueron mujeres las que primero se rebelaron contra la decisión de las autoridades francesas de trasladar en marzo de 1941 a los brigadistas del campo de Argelès al norte de África. Conocedoras de las duras condiciones de los campos en las posesiones francesas del África septentrional, donde muchos refugiados encontraban finalmente la muerte, trataran de impedir este traslado. Como recuerda una de las protagonistas, Ana Pujol: “Los hombres vacilaban y no se atrevían, temiendo las consecuencias del levantamiento. Y las mujeres decidimos llevar nosotras la lucha (...) Fue el campo de mujeres el que se levantó, en una protesta tan unánime y violenta, que las propias fuerzas que nos guardaban cogieron miedo. En pocos minutos, la avalancha de mujeres avanzando hacia el reducto donde se intentaba sacar a rastras de sus barracas a los internacionales rompió las alambradas y lo arrolló todo”. [5]

Pero éste no fue un episodio aislado. Neus Catalá en su estremecedor libro “De la Resistencia y la deportación”, recoge el testimonio de 50 mujeres españolas que participaron en esta “nueva batalla contra el fascismo internacional”. “Las mujeres españolas!, recuerda Neus, “las muchachas de la JSU nos incorporamos de mil y una maneras al combate. No fuimos simples auxiliares, fuimos combatientes. De nuestro sacrificio, de nuestra sangre fría, de nuestra rapidez en detectar el peligro dependía a veces la vida de decenas de guerrilleros”. [6]Como la propia Neus Catalá, fueron muchas las mujeres que se incorporaron a las filas de la Resistencia tras la ocupación de Francia por los nazis en mayo de 1940. Como enlaces, en las redes de evasión, transportando correos, municiones, armas o mensajes, dando cobijo a los perseguidos por la Gestapo y la Milicia francesa, confeccionando o distribuyendo prensa clandestina e incluso empuñando armas en batallas tan importantes como la de La Madeleine. Eran conscientes del peligro, pero sentían que cumplían con su deber. Neus comenta: “Cuando entrábamos en la Resistencia éramos conscientes del peligro. Teníamos un 90% de posibilidades de caer. Pero caía uno, y sabíamos que diez nos remplazarían (...) Como las demás, cumplí sencillamente con mi deber. Me llamaron y respondí”. [7] Para algunas mujeres, su trabajo en la Resistencia se convirtió en el centro de su existencia. Regina Arrieta recuerda: “Al principio éramos pocos los que hacíamos la Resistencia. Fueron años durísimos, pero exaltantes. A mí me pareció que mi vida comenzó el día que pasé a formar parte de la Resistencia para luchar contra el ocupante nazi”. [8] Otra mujer confirma estas palabras: “Mis compañeros y compañeras militantes españoles nos unimos en seguida a la Resistencia, en Francia, contra los nazis, porque aquella lucha la sentíamos como propia, considerábamos un deber defender la libertad donde fuese, como en España, frente al alemán, porque era nuestro virtual enemigo, los que habían ayudado a Franco a ganar la guerra” [9]

Así, muchas mujeres que no habían ejercido actividades políticas ni militares durante la Guerra Civil, encontraron en la Resistencia francesa su oportunidad para poder luchar contra el fascismo. [10] Ingrid Strobl en su magnífico libro Partisanas comenta: “Las mujeres tuvieron una aportación decisiva en la lucha contra el fascismo y el nacionalsocialismo. Entrevistas con activistas e investigadores han demostrado que la infraestructura de todo tipo de resistencia fue creada sobre todo por mujeres (...) Pero mientras el luchador activo, al ser detenido, todavía podía intentar defenderse con su arma, la mujer desarmada, con su cesto de la compra lleno de octavillas ilegales estaba totalmente a merced de sus perseguidores”. [11] Fueron muchas las mujeres que fueron ejecutadas por su trabajo en la Resistencia, o que padecieron infinidad de torturas al negarse a delatar a un compañero, o que murieron en el infierno de los campos de extermino nazis. Y, sin embargo, para todas estas mujeres no hubo apenas reconocimientos ni menciones de honor. El simple hecho de ser mujer fue motivo suficiente para no ser vistas y para que su importante contribución a la Resistencia fuera ignorada. Como apunta con gran acierto Antonina Rodrigo en su obra “Mujer y exilio”: “Ellos intervinieron en la guerra, en el maquis, en la resistencia (...) y pasaron a la historia, se les condecoró, se les dedicaron monumentos. Ellas también hicieron la guerra, estuvieron en el maquis, en la resistencia (...), pero en los libros de historia la mujer siguió ausente, no han recogido sus batallas”. [12] Además, a diferencia de sus compañeros, las mujeres tuvieron que compatibilizar su trabajo en la Resistencia con su papel de madres. José Martínez Cobo, dirigente del PSOE en el exilio, asegura: “Las mujeres en la Resistencia han sido utilizadas siempre para transmitir mensajes, mantener lugares seguros y también han tenido el dificilísimo papel de correr todos los riesgos que corría el hombre y al mismo tiempo mantener la familia”. [13] Regina Arrieta afirma: “En mi casa se hacían reuniones, se confeccionaban octavillas. Tenía que trabajar, criar a mi hijo y hacer la Resistencia”. [14] Otra refugiada Jesusa Bermejo explica cómo hasta la propia policía se marchaba de su casa, punto de reunión de resistentes, al ver a tantos niños: “La policía siguió visitando mi casa, pero se quedaba poco tiempo, al ver el panorama de tanto crío; los cinco de la hermana muerta, la de mi hermana en la cárcel y los míos, todos muertos de hambre y llenos de sarna”. [15]

También hubo menores de edad entre las resistentes. Josefa Bas empezó a trabajar con el maquis de Dordogne a los 16 años. La misma edad tenía Lina Bosque cuando empezó a realizar labores de enlace. Esta niña-mujer recorría largas distancias a pie o en bicicleta para llevar papeles, cartas o mensajes. “Como era una cría (...), acompañaba a los compañeros y decían que conmigo pasaban más desapercibidos”. Sin embargo, y pese que exponía su vida como los demás, Lina tuvo problemas con algunos de sus compañeros varones. “Una cosa que me hizo mucha gracia fue que pedí el ingreso en el Partido, pero me dijeron que era demasiado joven. Es decir, que para eso me encontraban demasiado joven, y no lo era para hacer todas aquellas cosas que me hacían hacer (en la Resistencia)”. [16] A veces, los compañeros varones tampoco veían con buenos ojos la presencia de las mujeres en la guerrilla. Regina Arrieta recuerda su experiencia al llegar al maquis: “Allí fui acogida con toda naturalidad y afecto, menos por un oficial de la Marina española Republicana, que no toleraba la presencia de las mujeres en la guerrilla”. [17] Pese a estas reticencias, algunas mujeres ocuparon puestos importantes en el organigrama guerrillero como la nombrada Regina Arrieta, que perteneció a la dirección de la MOI (Mano de Obra Inmigrada) en Toulouse [18] o Nati Molina “La Peque” y Carmen (otra mujer sin apellido), que formaban parte del Estado Mayor de la Agrupación de Guerrilleros Españoles y que se encargaban de asegurar la comunicación entre las diferentes unidades. Sin embargo, no se tiene recuerdo de ellas y sus nombres se han esfumado como el de otras muchas en el tiempo. [19]

Mujeres jóvenes, anónimas, procedentes de las capas populares, que se vieron inmersas en el torbellino de cambios sociales, culturales, económicos y políticos que trajo la República de 1931. Mujeres que se vieron forzadas a un exilio que las condujo a un nuevo frente, el que se libraba en Europa contra el fascismo internacional. Su labor como enlaces fue fundamental. Aseguraban las comunicaciones entre los diversos grupos guerrilleros. Recorrían a veces más de 100 kilómetros para transportar un parte o una orden militar, llevar municiones, armas, dinero, cartillas de racionamiento, etc. Como los autobuses eran lugares muy peligrosos y sometidos a constantes inspecciones, la mayoría de las veces recorrían largas distancias a pie o en bicicleta. La labor de enlace requería una gran resistencia moral y física. Los enlaces eran los que más se exponían y corrían el peligro de ser torturados en caso de detención. Además, las mujeres enlaces no llevaban armas y, a veces, sólo tenían piedras para defenderse de las pistolas. [20] Las mujeres también eran utilizadas para transportar explosivos, que servían para destruir más tarde vías férreas y postes eléctricos. Luisa Alda recuerda cómo guardaba en el carrito de su niña materiales explosivos que luego se utilizaban para destruir vías de comunicación. Y todo con el único objetivo de escapar de los controles de la Gestapo. Las refugiadas españolas se encargaban también de mantener puntos de apoyo, refugios seguros donde los “quemados” -personas perseguidas por los nazis o la Milicia francesa- podían esconderse o curarse las heridas antes de regresar al maquis. En estos refugios se diseñaban además planes militares o se guardaban papeles falsos, salvoconductos o instrumentos para la impresión de octavillas o prensa clandestina. Los sabotajes tampoco estaban reservados a los hombres. Muchas mujeres realizaban sabotajes en las fábricas alemanas donde trabajaban. Soledad Alcón recuerda como para la conmemoración del armisticio de la Primera Guerra Mundial, decidieron celebrarlo con una serie de sabotajes en la fábrica. Ella se presentó voluntaria y paró todo el taller. [21]

La presencia femenina también fue muy importante en las cadenas de evasión, una de las primeras formas de Resistencia contra el ocupante nazi. Muy pronto se crearon redes que ayudaban a personas perseguidas a atravesar por diversos pasos de montaña la frontera pirenaica. Sin duda, una de las redes más importantes y efectivas fue la creada por el anarquista oscense Francisco Ponzán, François Vidal en la Resistencia, que formaba parte de la red Pat O’Leary, organizada por los servicios secretos ingleses para sacar del territorio francés a los aviadores británicos que caían en Francia. Pilar Ponzán, hermana del fundador de la red, fue uno de los miembros de esta cadena junto a las también españolas Alfonsina Bueno Ester y Segunda Montero. [22] Como se puede apreciar por los testimonios que he expuesto durante mi intervención, la participación de las mujeres españolas en la Resistencia francesa fue amplia y variada. Pero pese a esta multiplicidad de actuaciones, su contribución a la liberación de Francia ha sido completamente obviada durante años. En un coloquio que se celebró en París en el año 1996, la vicepresidenta de la Federación de Asociaciones y Centros de Españoles Emigrantes en Francia (Faceef) y coordinadora del coloquio, Francisca Merchán, se preguntaba por esta cuestión: “¿Por qué hay todavía miedo a decir que las mujeres tomaron parte activa en la guerra y en la Resistencia (...)? [23] Hoy, casi nueve años después, la investigación sobre este asunto es todavía muy escasa y sus protagonistas, las mujeres, continúan siendo unas desconocidas, relegadas a la labor de meras auxiliares en una historia protagonizada por los hombres. “Para ellos, los honores; para nosotras, el olvido”, comenta con amargura Regina Arrieta. [24] De este olvido han tratado de rescatarlas otras mujeres. Fundamental, sin duda, para conocer en primera persona el relato de estas resistentes el libro de Neus Catalá, que les da voz a todas ellas. O los testimonios recogidos por otra mujer resistente Tomasa Cuevas; o los trabajos de Giuliana di Febo, Ingrid Strobl, Antonina Rodrigo, María Fernanda Mancebo, Pilar Domínguez, Mary Nash, Alicia Alted... [25]

Sus compañeros varones, preocupados durante algún tiempo por su propio olvido, descuidaron la importante labor de sus mujeres, que se convirtieron en las víctimas de un nuevo silencio. El poeta asturiano José María Álvarez Posada, “Celso Amieva”, escribía una carta a su amigo Eduardo Pons Prades para que incluyera en su libro un poema, que sirviera de homenaje a las mujeres que reconocía “con frecuencia hemos olvidado”. “Sin ellas, bien lo sabes”, proseguía, “nosotros, los valientes, los heroicos guerrilleros, nos hubiéramos hundido moralmente más de una vez y, en el plano digamos operacional, pegado más morradas que pelos tenemos en la cabeza. Por eso te envío estos versos dedicados a las muchachas del maquis”. Las primeras líneas de su poema dicen: “Quiero nombrar aquí a las compañeras abnegadas y anónimas, enlaces y escuchas, auxiliares y guerrilleras o heroicas enfermeras, valientes y eficaces”. [26] Como sus compañeros varones, sufrieron las penurias de los campos de concentración franceses, los peligros de la vida clandestina y la Resistencia. Fueron detenidas, torturadas, ejecutadas y conducidas al infierno de los campos de exterminio nazis, donde muchas encontrarían la muerte. Y, sin embargo, continúan siendo las grandes desconocidas de una historia que todavía está por escribir.


Notas:

1.- Un estudio completo de las distintas oleadas migratorias se puede encontrar en RUBIO, J., La emigración de la Guerra Civil 1936-1939. Historia del éxodo que se produce con el fin de la II República Española, Madrid, Editorial San Martín. 3 vols., 1977.

2.- Titulares de la prensa francesa citados en DREYFUS-ARMAND, G., El exilio de los republicanos españoles en Francia, Barcelona, Crítica, 2000, pág. 48 y 49

3.- Testimonio de Rosa Laviña, recogido por SORIANO, A., Éxodos. Historia oral del exilio republicano en Francia, 1939-1945, Barcelona, Crítica, 1989, pág. 174.

4.- ALTED, A., “El exilio republicano español de 1939 desde la perspectiva de las mujeres”, Arenal, número 2, 1997, pp. 223-238.

5.- SECUNDINO, S., La última gesta. Los republicanos que vencieron a Hitler (1939-1945), Madrid, Aguilar, 2005, pág. 399.

6.- CATALÁ N., De la resistencia y la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas, Barcelona, Adgena, 1984, págs. 16 y 17.

7.- Ibidem

8.- Idem, pág. 54

9.- RODRIGO A., Mujer y exilio 1939, Barcelona, Flor de Viento, 2003, pág. 215

10.- YUSTA, M., Guerrilla y resistencia campesina. La resistencia armada contra el franquismo en Aragón (1939-1952), Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003, pág. 83

11.- STROBL, I., Partisanas. La mujer en la resistencia armada contra el fascismo y la ocupación alemana (1936-1945), Barcelona, Virus Editorial, 1936, pág. 29

12.- RODRIGO, A., Op. Cit., pág. 21

13.- MARTIN, J., Y CARVAJAL, P., El exilio español (1936-1978), Barcelona, Planeta, 2002, pág.171

14.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 54
15.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 70
16.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 76
17.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 54
18.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 55
19.- SERRANO, S., Op. Cit., pág. 407
20.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 44
21.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 43

22.- Sobre la red Pat O’Leary véase TÉLLEZ, A., La red de evasión del grupo Ponzán. Anarquistas en la guerra secreta contra el fascismo y el nazismo, Virus, Barcelona, 1996 y PONZAN, P., Lucha y muerte por la libertad. Memorias de nueve años de guerra: 1936-1945. Ed. de la autora, Barcelona, 1996

23.- Actas del coloquio organizado por la FACEEF los días 9 y 10 de junio de 1995 en el Instituto Cervantes de París. Memorias del olvido, La contribución de los españoles a la Resistencia y a la liberación de Francia (1939-1945), París, FACEEF, 1996, pág. 161

24.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 56

25.- CUEVAS, T., Mujeres de la Resistencia, Barcelona, Siroco, 1986; CUEVAS, T., Mujeres de las cárceles franquistas, 2 vols.; I, Madrid, s/a; II. Barcelona, 1985; DI FEBO, G., Resistencia y movimiento de mujeres en España (1936-1976), Barcelona, Icaria, 1979; MANCEBO, M.F., “Las mujeres españolas en la Resistencia francesa”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, 1996, págs. 239-256; DOMINGUEZ, M.P., Voces del exilio. Mujeres españolas en México, 1939-1950, Madrid, Dirección General de la Mujer, 1994; NASH, M., Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil, Madrid, Taurus, 1999.

26.- PONS PRADES, E., Republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial, Barcelona, La Esfera de los Libros, 2003, pág. 26

Las grandes olvidadas: las mujeres españolas en la Resistencia francesa

Combatiendo en el límite: La resistencia vasca en el frente de Las Encartaciones (1937)


http://www.deia.com/2017/06/24/sociedad/historias-de-los-vascos/combatiendo-en-el-limite-la-resistencia-vasca-en-el-frente-de-las-encartaciones-1937



Tras la caída de Bilbao, los gudaris protagonizaron un último e intenso esfuerzo por contener a las tropas fascistas
UN REPORTAJE DE AITOR MIÑAMBRES - Sábado, 24 de Junio de 2017 - Actualizado a las 06:00h
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Vista:
  • Gudaris en el frente. A la derecha, el baracaldés José Uriarte.
  • Cubierta del libro sobre la guerra en Las Encartaciones que se ha presentado esta semana.
  • Las tropas de la  IV Brigada de Navarra ocupan Gordexola el 25 de junio de 1937.
  • Las tropas fascistas atacan Santander.
  • Búnker de hormigón cerca de Galdames.
  • Avance del ejército franquista a través de Las Encartaciones.
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POR estas fechas se cumplen 80 años de la ofensiva que llevó al general Franco a la conquista de Bilbao. No cabe duda de que fue una campaña de desgaste y feroz resistencia de casi tres meses, en la que los defensores fueron arrollados por la superioridad de los atacantes, aunque de manera más lenta de la esperada por el propio general Mola, que no alcanzó a vivir lo suficiente como para disfrutar de los laureles del triunfo sobre la villa. Caída esta, el 19 de junio de 1937, tendemos a pensar que ahí se acabó la guerra en el frente vasco pero, sin embargo, la lucha y resistencia en Bizkaia se prolongó por más de dos meses en el escenario de Las Encartaciones. Allí las fuerzas vascas intentaron incluso reconquistar parte del territorio leal perdido, cediendo finalmente las posiciones conservadas con tanto sacrificio, cuando estaban casi cercadas, ya que a cien kilómetros a sus espaldas Santander se perdía.
La caída de Bilbao supuso un colapso organizativo en la administración vasca y en su ejército, como no podía ser menos. El Gobierno de Euzkadi, con el lehendakari Aguirre a la cabeza, procuró continuar su actividad en Turtzioz. Uno de los grandes asuntos que atender era el éxodo de unos 150.000 civiles que, hostigados por la aviación enemiga, huían de la guerra envueltos en penurias, hambre y falta de alojamiento. Por su parte, el ejército vasco tenía orden de retirarse escalonadamente a las distintas líneas de contención establecidas por su mando, hasta atrincherarse definitivamente en una línea estable de defensa. Esto lo sabía su enemigo, el ejército franquista, por lo que era de vital importancia para éste explotar la victoria, aprovechar la inercia de su triunfo sobre Bilbao, perseguir a los defensores vascos, impedirles organizarse y no darles tregua hasta alcanzar sus objetivos en Las Encartaciones.
Las fuerzas vascas, después de tres meses de combate sin cuartel, se encontraban en su punto más bajo, necesitando descanso y reorganización. A esto se añadía la desmoralización por la pérdida de Bilbao, así como la falta de confianza en el Gobierno de la República, del que se sentían un tanto abandonadas, especialmente en lo que a cobertura aérea se refería. Además, para muchos gudaris, la opción de continuar la guerra fuera del País Vasco, en ambiente hostil, no era algo deseable. En su conjunto, este ejército se había visto mermado en los últimos meses por las muertes, bajas, capturas y deserciones de última hora. Su general, Mariano Gámir Ulibarri, se mantenía en su puesto, pero la mayor parte de su Estado Mayor había desaparecido junto con importantes responsables del Ejército, la Policía, la Marina y la Sanidad, quedando paradójicamente en servicio el Jefe de Estado Mayor, comandante Lamas, militar realmente partidario del enemigo.
Así, se estableció una línea de contención y primera defensa en la margen izquierda del Cadagua, que fue forzada por los franquistas el 21 de junio de 1937, lo que acarreó la pérdida de la zona fabril del Nervión, así como de la zona minera colindante, entre esa fecha y el 25 de junio: Barakaldo, Sestao, Portugalete, Santurtzi, Trapagaran, Ortuella, Abanto y Zierbena. En esta área se quería impedir que los rebeldes se hicieran con los medios de producción existentes y, si bien en un principio las acciones se debían limitar a inutilizar los puntos vitales de las factorías, las órdenes consiguientes del gobierno de Valencia fueron encaminadas a su destrucción absoluta, aunque finalmente la industria del enclave quedó intacta por la firmeza del batallón nacionalista Gordexola en evitar las voladuras. En este contexto, tanto este batallón como otros afines se entregaron en la zona de Barakaldo, sin atender la orden de retirada. Para que esta actitud no se extendiese, a requerimiento de Juan de Ajuriagerra, se reunieron el 22 de junio en Abellaneda las autoridades del PNV y los comandantes de sus milicias (Euzko Gudarostea) con la consigna de permanecer unidos y seguir adelante en la lucha.
RESISTENCIA CRECIENTE Entre tanto y durante esa semana, las Brigadas de Navarra del general Dávila continuaron su avance por otros puntos de Las Encartaciones: recorriendo el valle del Cadagua y ocupando Alonsotegi y Sodupe (Güeñes); alcanzando las alturas de Triano sobre Galdames y tomando esta población y su entorno; y avanzando desde el sur a través de los picos y las poblaciones de Gordexola. Tanto en la zona fabril como en la minera, la resistencia de los defensores fue creciendo a lo largo de los días: el 21 de junio en Santa Águeda (Barakaldo); el 22 en el monte Ganeran (821 m) (Galdames); los 22 y 23 en Idubaltza (691 m) y Beraskola (671 m) (Gordexola); los 23 y 24 en Mondona (Güeñes); el 24 en La Cuesta (Zierbena) y en Gallarta (Abanto); y el 25 en Galdames, en Güeñes y en el monte Carobo (565 m) (Gordexola). En su avance, los franquistas rebasaron el Cinturón de Hierro en sus sectores occidentales, desde dentro hacia fuera, circunstancia en la que la famosa línea ya no tenía ninguna posibilidad defensiva.
El 25 de junio, el general Gámir tomaba el mando de todas las fuerzas republicanas del Norte y el cuerpo del ejército vasco pasaba a ser comandado por el coronel Vidal, quien recibió refuerzos asturianos y santanderinos y fijó una nueva línea de defensa. Ésta transcurría a lo largo del río Barbadun hasta Mercadillo (Sopuerta), siguiendo por el Pico Ubieta (632 m) hasta Güeñes y, de ahí, por el eje de la carretera, hasta Balmaseda. El trazado quedaba dividido en tres sectores, defendidos por las divisiones provisionales A, B y C. Esta nueva línea fue forzada el día 27 de junio, en su parte sur, lo que supuso la caída de Güeñes y Aranguren (Zalla) aunque todos los esfuerzos por progresar fueron muy lentos para los franquistas ya que la resistencia vasco-republicana iba progresivamente fortaleciéndose, con enconamientos en Mendieta y en Bolunburu (Zalla) el mismo día 27 y más al sur en Artziniega por donde la V Brigada de Navarra pretendía acercarse a Balmaseda. Así, el día 28, la presión sobre la línea de defensa era generalizada, con contraataques en el monte La Cruz (625 m) y ocupación del Pico Ubieta y monte Artegui (637 m) sobre la carretera Mercadillo-Abellaneda, ahora a merced de los rebeldes. Más al sur, se cerraba el cerco sobre Balmaseda con contraataques para evitarlo, en el barrio de Angostura. En consecuencia, el 29 de junio, fiesta de San Pedro, caía Balmaseda y sus alturas circundantes y, más al norte, toda la línea Zalla-Otxaran-Abellaneda-Mercadillo-Arenao. En las fechas sucesivas, no sin fuerte resistencia, se perdieron las posiciones del monte Mello (633 m) en Montellano (Galdames), lo que permitió al contingente italiano ocupar Muskiz e intentar avanzar hacia Ontón donde fueron duramente contraatacados por las fuerzas vascas. Por último, el día 5 los rebeldes tomaron el monte Castro Alén (804 m), donde de nada sirvieron los sucesivos contraataques gubernamentales para su recuperación. A partir de esa fecha, los franquistas decidieron atacar Santander por el sur de esta provincia, por ser la ruta menos accidentada. Esta fase se vio retrasada por la ofensiva republicana en Brunete (Madrid) y que se prolongó desde el 6 al 25 de julio de 1937. De esta manera, el frente vasco quedó nuevamente estabilizado siguiendo la línea Saltacaballo-Otañes-Ventoso (731 m)-Betaio (749 m)-Mina Federico frente a Castro Alén-Traslaviña frente a Queli (460 m)-Pico Miguel (526 m) frente a la Garbea (718 m)-Burgueno (1.043 m) frente a Kolitza (883 m).
REORGANIZACIÓN En otro orden, las fuerzas vascas aprovecharon para su reorganización como Cuerpo de Ejército Nº 1 del Ejército Popular Republicano del Norte, constituyéndose en base a cuatro divisiones de tres brigadas cada una, estando formada cada brigada por tres batallones. El frente occidental cántabro quedó cubierto por una de las brigadas y el frente encartado por otra. Las dos restantes pasaron a formar parte de la reserva, una a disposición del Ejército del Norte y otra para el cuerpo de ejército vasco. Desde el día 30 de junio, el Gobierno de Euzkadi se había visto obligado a abandonar su territorio, tras liberar a los presos franquistas que aún quedaban en su jurisdicción, declarando el lehendakari Agirre al mundo, en su célebre Manifiesto de Trucios, los atropellos que sufría el pueblo vasco.
La llegada del frente estable no supuso la inacción para las fuerzas vascas que, ya reorganizadas, contraatacaron contundentemente sobre los puntos más estratégicos del enemigo, verdaderos espolones rebeldes asomados a las posiciones republicanas: Casto Alén al norte y Kolitza al sur. Así, Castro Alén fue contraatacado el 6 de julio, día posterior a su pérdida, aunque el ataque más potente para su recuperación, empleando incluso aviación, tuvo lugar el día 12 desde Mina Federico, mas sin éxito. También la misma posición fue atacada el 27, aunque en esta ocasión se trató de una maniobra de acompañamiento al ataque principal que se produjo sobre Kolitza. En este último monte, las fuerzas vasco-republicanas también lanzaron varios ataques: uno el día 8 de julio y los otros, en el marco de una operación en toda regla, entre los días 27 y 29 de julio. El objetivo, ambicioso, señalaba alcanzar la Garbea y amenazar desde esa posición la posesión franquista de Balmaseda. Para ello, se empleó la II División vasca asignando a sus brigadas los correspondientes objetivos: a la 12ª tomar la ermita de San Sebastián y San Roque, a la 6ª alcanzar la Garbea y a la 9ª permanecer en reserva. Así la operación contó con abundante apoyo artillero y aéreo, pese a lo cual, ninguno de los ataques masivos de los días 27 y 29 alcanzó sus objetivos, estrellándose frente a las trincheras, ametralladoras y alambradas enemigas.
Posteriormente, el frente volvió a su calma. Así, llegó el 14 de agosto de 1937 y los franquistas rompieron el frente montañés por el sur, forzando las defensas republicanas en el Puerto de El Escudo y avanzando vertiginosamente hacia Santander, tras embolsar y capturar a 22 batallones cántabros. Con la provincia ya partida en dos y a punto de alcanzar el enemigo la carretera de Torrelavega, las unidades vascas recibieron orden de retirarse de sus posiciones orientales, lo que se inició el 22 de agosto, tras lo cual los franquistas a partir del día 23 fueron ocupando sin riesgo Traslaviña (Artzentales) y Turtzioz y, tras tomar Villaverde, se hicieron con los pueblos del valle de Karrantza y, finalmente, con Lanestosa el 24 de agosto. Para esa fecha, Santander ya se encontraba cercada y, al siguiente día, 25, los santanderinos negociaban con los franquistas la rendición de la plaza, donde entraron oficialmente el 26. A la vez, los combatientes vascos se entregaban en Santoña y Laredo, en virtud del malogrado pacto, o bien caían prisioneros en la capital de La Montaña por no existir salida hacia Asturias. Esos fueron los últimos días de Bizkaia en la Euzkadi autónoma y ese fue su último frente de guerra, recordado ahora que se cumplen 80 años de la tragedia.

El ADN dice no tras 80 años de búsqueda: “Me voy sin saber”.


http://www.lamarea.com/2017/06/23/no-parar-presidente-gobierno-padre-luis-siento/



Luis Vega tenía siete años cuando mataron a su padre y a su madre. La fosa fue exhumada hace casi dos años en el cementerio de Paterna de Rivera (Cádiz). Su hijo Juan Luis no se rinde: “No voy a parar hasta que un presidente del Gobierno le diga a mi padre: ‘Luis, lo siento'”.
23 Junio 2017
14:51
El ADN dice no tras 80 años de búsqueda: “Me voy sin saber”
Luis Vega a pie de fosa, en el cementerio de Paterna (Cádiz). J.L.V.
Tras 80 años buscando a su padre y a su madre, las pruebas de ADN han dado negativo. “Me voy sin saber”, le respondió este jueves Luis Vega, de 89 años, a su hijo, Juan Luis, cuando este le informó de que ninguno de los restos hallados en la fosa de Paterna de Rivera, en Cádiz, coinciden con las muestras aportadas por los familiares. Visto así, podríamos estar ante la historia de un fracaso, con un final muy distinto al que hace unas semanas llenó de alegría a Ascensión Mendieta, a quien la ciencia sí confirmó que los huesos encontrados en la fosa de Guadalajara eran los de su padre. Pero dice Juan Luis que su abuelo y su abuela, a quienes asesinaron los falangistas en 1936 cuando su padre tenía solo siete años, le enseñaron a no rendirse nunca: “Yo sé lo que es tener un padre y una madre, sin ellos no somos nada. Y puede que mi padre no haya encontrado a los suyos, pero yo no voy a parar hasta que un presidente del Gobierno o un jefe de Estado le escriba en una carta: ‘Luis, lo siento’”. Por tanto, no hay tiempo para fracasos. La lucha sigue.
El proceder de Juan Luis Vega hasta ahora da una idea de esa entereza incansable. Denunció públicamente los crímenes del franquismo en un pleno del Ayuntamiento, que desde entonces apoyó la exhumación. Luis relata así cómo vivió el momento en que lo separaron de su madre: “A mi madre se la llevaron delante mía. La llevaban por los brazos, con las piernas a rastras por la escalera. La apuntaban con una pistola como si fuera una fiera. Mi madre lo único que gritaba era: mis niños, mis niños, mis niños… Nos quedamos como el nido al que le dan con una escoba”, recoge el periodista Juan Miguel Baquero en Que fuera mi tierra. Catalina Sevillano Macho tenía 34 años y estaba casada con Francisco Vega García, activo cenetista que había logrado escapar. A la vuelta, lo mataron, resume el historiador José Luis Gutiérrez.
“Después denuncié los crímenes ante la Guardia Civil y no vino nadie”, prosigue Juan Luis. Mientras la justicia no se pronunciara, la exhumación no podía comenzar. Así que se plantó en el juzgado y dijo que de allí no se movía hasta ver al juez. No logró hablar con él, pero el juez terminó firmando el archivo de la denuncia. “Fui humillado judicialmente –admite– pero al menos podía seguir buscándolos”. Al principio quiso costear la exhumación con actuaciones benéficas, entre otras, de sus amigos cantaores de flamenco. Finalmente, la Junta financió los trabajos, que ha asumido también, como establece la nueva ley de memoria andaluza, la identificación genética a través del Instituto Genyo de Granada.
La fosa fue exhumada hace casi dos años en el cementerio de la localidad y fueron localizados los restos de 10 personas –ocho hombres y dos mujeres – con evidentes muestras de violencia. Poco antes de realizar las pruebas, el antropólogo forense encargado de los trabajos, Juan Miguel Gujio, avisaba de que lo que ha ocurrido podría ocurrir: “Este es un punto importante, dar a conocer las distintas posibilidades pero no engañar prometiendo paraísos que pueden no aparecer. Se debe atender, escuchar, informar y abordar vías de participación con las familias y colectivos y a veces no se podrá ir más allá y en otras ocasiones se logrará la identificación. Nunca más se los debería ignorar”.
Catalina Silva, con más de cien años, también aportó su muestra de ADN. Residente en Francia, busca a su hermana María Silva, Libertaria, superviviente de la matanza de Casas Viejas y asesinada por los golpistas en agosto de 1936. Su hijo, Juan Pérez Silva, logró que un juzgado declarara su fallecimiento legal en un auto fechado el 22 de junio de 2011, que ordenaba la inscripción de su muerte en el Registro Civil. Juan lo llevaba pidiendo desde 2008. La decisión suponía un reconocimiento moral para las familias de miles de desaparecidos en la guerra civil y la dictadura, que sufrieron una doble muerte, la real y la de esfumarse de la historia. Cuando mataron a su madre, que estaba embarazada, él tenía solo 13 meses. “Es un gran paso, estoy muy contento y muy agradecido con todas las personas que me han ayudado, pero me da pena que se haya producido tan tarde”, explicaba entonces en declaraciones aPúblico. Tenía 78 años. Juan murió al año siguiente.
“Es en estas situaciones, cuando el dolor se hace insoportable, la tristeza infinita y la rabia sube por el cuerpo, cuando, más que nunca, hay que decir que lo ocurrido no se puede considerar un fracaso. No puede serlo cuando se trata de una acción destinada a reparar tanta ignominia consentida durante tantos años. Al contrario, es un día para, a pesar de todo, sentirse orgullosos. Hoy, los familiares que se empeñaron en la búsqueda de los suyos, pueden sentirse satisfechos porque, gracias a ellos, Paterna es más digna que ayer”, reflexiona el historiador Gutiérrez sobre el proceso. “No sabremos sus nombres, ni sus familias que ahora, por fin, gracias al tesón de sus compañeros, ya no serán pisoteados y están enterrados, ahora sí, dignamente. Porque la dignidad, las víctimas nunca la perdieron”, concluye. 
Estas son las personas asesinadas en Paterna: María Arias Pantoja, Francisco Arillo Barroso, Miguel Barroso Becerra, Miguel Caballero Torrejón, Antonio El Chopo, Juan Cobelo Menacho, Francisco Coca Santos, Diego Dávila Barrios, Juan Dávila Barrios, Julián Galvín Candón, Bartolomé García Arias, Miguel García Lozano, Antonio García Orihuela, Rafael González, Pedro Hernández Pérez, José Jaén Benavides, El Cabezalero Mata, Martín Menacho Díaz, Francisco Menacho Villegas, Fernando Morales González, María Antonia Moreno Becerra, Francisco Morón Velasco, Juan Orihuela Mota, Miguel Pérez Cordón, José Pérez Muñecas, Francisco Pérez Velasco, Antonio Piñero Barroso, Juan Ramos Sánchez, José Rojas de la Vega, Antonio Rosado Moreno, Enrique Rubio Cabrera, Juan Rubio Cabrera, Catalina Sevillano Macho, María Silva Cruz, Antonio Traverso Fernández, Juan Valverde Colón, Pedro Valle Román, Francisco Vega García, José Vega García y Domingo Velasco Panal.
La historia vuelve a poner en evidencia lo que viene reclamando el colectivo memorialista hace años: la necesidad de agilizar las exhumaciones de unos restos en la mayoría de los casos deteriorados, lo que complica la identificación genética. “Yo llevo 39 años luchando por esto. La vida es así, nos ha golpeado fuerte. Nunca voy a actuar desde la venganza ni desde el rencor. Esto me ha hecho más fuerte y voy a seguir peleando”, finaliza Juan Luis, que dice que su padre está hoy un poquito mejor.