dissabte, 9 de maig del 2015

Los tabúes de la Segunda Guerra Mundial

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/05/08/actualidad/1431107284_369378.html


Los historiadores se atreven con los asuntos más espinosos del conflicto cuando se cumplen 70 años del final de la contienda

Una mujer sirve vino a soldados aliados durante la liberación de Francia. / CARL MYDANS (GETY)
Monterfil, un pueblo del noreste de Francia, acababa de ser liberado. Era el verano de 1944, el año del Desembarco. Acusadas de colaboración con los nazis, tres mujeres fueron torturadas antes de ser ahorcadas. No existían pruebas, ninguna detención había sido relacionada con ellas, pero eran los tiempos de la depuración, en los que las venganzas contra los colaboracionistas eran públicas y crueles. En el impresionante libro en el que describe la Europa de la posguerra, Continente salvaje (Galaxia Gutenberg), Keith Lowe dedica un capítulo al rapado de mujeres que mantuvieron relaciones con soldados alemanes (sólo en Francia, unas 20.000 sufrieron este castigo) en el que asegura que este tipo de exorcismos públicos fueron, en parte, una válvula de escape que evitó violencias mayores como la que sufrió Monterfil (en total fueron ejecutadas unas 9.000 personas tras la liberación).
La agencia France Presse volvió 70 años más tarde al pueblo bretón porque sus vecinos habían organizado, por primera vez, una marcha hasta el lugar donde las tres mujeres fueron ahorcadas. El periodista relata que un vecino les explicó que "la omertá había durado ya bastante tiempo". Esta semana se han conmemorado los 70 años del final de la II Guerra Mundial en Europa. Dado que este tipo de celebraciones se producen cada 10 años, será la última vez que asista un número significativo de testigos: aquellos que pueden contar lo que ocurrió de primera mano van desapareciendo lentamente. La brutalidad absoluta del nazismo ha condicionado la forma en que tanto historiadores como Gobiernos se han enfrentado al conflicto, lo que William Styron, el autor de La decisión de Sophie, llamó "el tema más formidable, trágico y desafiante de nuestro tiempo, la negra noche del alma humana cuando millones de inocentes sufrían y morían bajo la dominación total de los nazis". Sin embargo, a lo largo de estos 70 años, la visión del conflicto ha ido cambiando y muchos tabúes, como la tortura pública y el asesinato de tres mujeres inocentes en Monterfil, se han roto.
El sufrimiento de la población civil alemana bajo los bombardeos de los aliados o de civiles franceses durante el Día D, las violaciones masivas de mujeres por el Ejército Rojo, pero también por parte de los soldados estadounidenses —"¿Eran tan malos los americanos como los rusos?", se preguntaba recientemente Der Spiegel tras el impacto provocado por el libro de Miriam Gebhardt sobre este asunto, Cuando llegaron los soldados—, el asesinato de judíos por civiles polacos durante la posguerra —tema especialmente sensible porque Polonia fue uno de los países que más sufrió bajo el terror nazi y el estalinista—, la depuración en Francia y en otros países europeos o los crímenes de guerra que pudieron cometer los militares aliados durante la liberación de Europa son algunas cuestiones delicadas que han tardado mucho tiempo en emerger.
"Tenemos que considerar que su papel fue ambivalente: liberaron Alemania, pero también cometieron crímenes al hacerlo", explica por correo electrónico la profesora Miriam Gebhardt. "Los crímenes fueron estructuralmente los mismos, aunque no se produjeron el mismo número de violaciones por parte de los Ejércitos occidentales que el soviético. Pero en mi libro no pretendo establecer comparaciones, sino narrar que todos los Ejércitos cometieron crímenes", prosigue Gebhardt. Algunos impresionantes relatos literarios, como Una mujer en Berlín (Anagrama), cuya autora es anónima, o Una mujer en el frente, de la húngara Alaine Polcz, que acaba de editar Periférica, habían narrado el calvario que padecieron las mujeres según avanzaba el Ejército Rojo. Pero el asunto no saltó a los titulares hasta que Antony Beevor publicó Berlín 1945: La caída(Crítica) en 2002.
Uno de los autores que se han enfrentado más abiertamente a este tipo de tabúes es el documentalista de la BBC Laurence Rees. Su libro Los verdugos y las víctimas (Crítica) reúne entrevistas con personas que han sufrido pero que también han practicado atrocidades, como el japonés Hajime Kondo, que asesinó prisioneros, o Ken Yuasa, que llevó a cabo experimentos médicos con cautivos en Corea durante los que, confiesa, sus víctimas "murieron de dolor". Pero Rees también entrevista al aviador Paul Montgomery, que bombardeó ciudades llenas de civiles en Japón, o a James Eagleton, que habla sin remordimientos del asesinato de prisioneros. Sobre esto, Beevor dijo en una entrevista con este diario con motivo de la publicación de El día D (Crítica): "El problema es que no tenemos datos precisos y nunca los tendremos, pero me chocó mucho la forma en que, cuando lees entrevistas con soldados estadounidenses, hablaban francamente de ello". El asesinato de prisioneros sí ha ido poco a poco emergiendo en la cultura popular: en segundo plano enla serie Hermanos de sangre, pero directamente en la película de 2014 Corazones de acero.
Los bombardeos masivos que padecieron los alemanes han sido tratados en libros como El incendio. Alemania bajo los bombardeos 1940-1945 (Taurus), de Jörg Friedrich, o, especialmente, Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama), del gran escritor alemán W. G. Sebald, fallecido en 2001. De nuevo, es un horror que tardó mucho en emerger: ante el sufrimiento atroz que provocaron los nazis, resultaba casi obsceno recordar su propio sufrimiento bajo las bombas de los aliados. Miriam Gebhardt explica que "sólo a partir de 2000, Alemania ha sido capaz de lidiar con sus propias víctimas, así como con su responsabilidad, bajo un punto de vista empático".
Algunos bombardeos se produjeron por motivos estratégicos, pero otros, como el de Dresde en febrero de 1945, fueron ataques contra civiles en ciudades que ya no tenían valor militar. En otra entrevista con este diario, Beevor describía la paradoja que había impulsado muchos de esos ataques: salvar vidas entre sus propias tropas. Beevor explicaba: "Es una paradoja terrible que los comandantes en jefe de Ejércitos de países democráticos tienen que apoyarse en los bombardeos porque están sometidos a una enorme presión de la opinión pública para reducir sus propias bajas. Aunque, como dijo Nietzsche, 'aquel que lucha contra monstruos debe ser muy cuidadoso para evitar convertirse él mismo en un monstruo".
Un tema todavía más complejo es la violencia contra los judíos después de la liberación, sobre todo en Polonia. Recientemente, el director del FBI, James Comey, provocó un incidente diplomático cuando aseguró que Polonia había sido cómplice de Alemania, y Varsovia exigió disculpas. Polonia fue víctima de los nazis —seis millones de polacos murieron durante la II Guerra Mundial, la mitad de ellos judíos— y no tuvo la más mínima responsabilidad en la gestión de los campos de exterminio nazis situados en su territorio. Sin embargo, varios miles de judíos fueron asesinados cuando trataron de regresar a sus tierras. Ian Buruma escribe en su libro Año cero. Historia de 1945 (Pasado & Presente): "La codicia, los prejuicios y la culpa pueden ayudarnos a entender la forma de venganza más perversa de cuantas se dieron aquel año: la persecución de los judíos en Polonia. Esta comunidad había quedado casi aniquilada. Sin embargo, los supervivientes que regresaron se toparon con que ya no eran bienvenidos", escribe.
Tanto Buruma como Tony Judt en su clásico Posguerra (Taurus) destacan que no fue un problema exclusivo de Polonia. "Tampoco los judíos fueron especialmente bienvenidos en el oeste", escribe Judt. De nuevo, pese a ser un tema que aparece en una de las obras más populares sobre el Holocausto, el cómic ganador del Premio Pulitzer en 1992, Maus, de Art Spiegelman, un ensayo de 2001 hizo que saltase a los titulares: Vecinos. El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne (Crítica), del ensayista Jan T. Gross, en el que relataba un pogromo en 1941 realizado por polacos cristianos, no por los invasores nazis como se había creído hasta entonces. Gross publicó otro ensayo en 2006, Miedo: antisemitismo en Polonia después de Auschwitz (no traducido), que también provocó una enorme polémica. Este libro describía la matanza de Kielce, durante la que fueron asesinados 42 judíos en 1946.
Cuando el novelista francés Patrick Modiano recibió el último Premio Nobel de Literatura, la Academia sueca justificó el galardón "por su arte de la memoria con el que ha evocado los destinos humanos más difíciles de retratar y desvelado el mundo de la Ocupación". Las obras de Modiano han sido fundamentales para que Francia pueda mirarse en el espejo de su pasado y alejarse del discurso heroico de la Resistencia para enfrentarse a la realidad de la Ocupación, en la que muchos franceses abrazaron el nazismo. Han pasado siete décadas desde el final de "la negra noche del alma humana" del nazismo y las obras publicadas sobre el conflicto son casi infinitas. Sin embargo, mirarse en el abismo del mal nunca dejará de ser doloroso. Y la última pregunta nunca tendrá respuesta: ¿Cómo pudo ocurrir aquella barbarie?

Partida de Curuxás


https://www.diagonalperiodico.net/blogs/imanol/partida-curuxas.html


Por Imanol

                   Ramón Rodríguez Varela "Curuxás".
Ramón Rodríguez Varela “Curuxás”, confederal nacido en 1905 en el concejo coruñés de Toques, se echó al monte tras el triunfo de los fascistas en julio de 1936. A lo largo de su azarosa vida, fue jefe de partida y a temporadas se integró en las agrupaciones guerrilleras formadas por los comunistas. A lo largo de los años, por su partida pasaron variados guerrilleros, entre ellos podemos encontrar a Hilario Arroyo Medina “Medina”, José castro Veiga “Piloto”, José Díaz, Manuel Fernández Valle “Portafondón”, Benedicto fuentes Díaz, Celestino Horta, Avelino Méndez Suárez “Asturiano”, Lisardo Núñez, Guillermo Paredes Viñas “Guillermo da Canteira”, Abdón Telesforo Vázquez y José Vázquez Otero. 
        Manuel Fernández Valle "Portafondón".
  El 14 de abril de 1937, celebrando el aniversario de la proclamación de la república, y aprovechando que era día de pago en las minas de San Fix, donde había trabajado anteriormente, realiza su primer golpe y se lleva la soldada, dinamita, un winchester y municiones. Hay que decir, que por medio del hermano de Lisardo Núñez, sargento del ejercito franquista, recibió “Curuxás”, tanto durante la guerra civil, como una vez terminada esta, tanto información, como municiones, como bombas de mano.
  Desgraciadamente, “el Asturiano” empezó a emborracharse, a hacer ostentación de su pistola y lo que era peor, a acosar sexualmente a mujeres que encontraba, fue reprendido por sus compañeros, pero al no ceder en sus abusos y no atreverse a ajusticiarlo, fue denunciado a la guardia civil, que acabó con su vida el 24 de abril de 1939.
  El 27 de marzo de 1938, encontrándose Ramón en su casa familiar de San Xiao do Camiño, el lugar fue rodeado por guardias civiles y falangistas, consiguió abrirse camino lanzando bombas de mano y disparando. Los civiles siguieron visitando la casa, pero ya fuera gracias a avisos o a la suerte, no llegaron a dar con Ramón.
  El 27 de junio de 1941, nuevo intento de arrestar a “Curuxás” en su casa, y recordando viejos tiempos, lanza una bomba de mano, aunque esta vez no explota y sale disparando, hiriendo de gravedad al cabo Jesús Dacal Val, que moriría poco tiempo después.
El cabo Jesús Dacal Val, muerto por disparos de Curuxás.
  A lo largo de 1943 y 1944, se ha formado el grupo guerrillero del Alto Ulla, que a finales del 44 se integrará en la Agrupación Guerrillera de Galicia, con varios miembros del grupo Neira, “Curuxás” y alguno de sus compañeros. A finales del 44 atracan a varios feriantes que van o vuelven de la feria de mulas de Guimarei, resultando uno de ellos herido de bala. Poco tiempo después, mismo procedimiento en la feria de Santos de Monterroso. En septiembre de 1945 carta exigiendo un cuantioso pago a Alfonso de Xerés, destacado adinerado y derechista, pocos días después, atraco al también adinerado Manuel Agra Bran, a parte de dinero y joyas, le quitaron una escopeta. Poco después, en la aldea de Cabana, atraco al derechista Jesús Pacín, se llevan dinero, dos escopetas y una máquina de escribir.
  El 12 de octubre tenemos a “Curuxás” integrado en el grupo de “Marrofer”, que se encargaban de las zonas de Melide y el Alto Ulla, cuando dan muerte al párroco de Meire, Juan Penido Fernández “Mingacho”, también estaba Benedicto Fuentes Díaz. Poco después este grupo pasaría a estar mandado por el propio Benedicto, entre los integrantes, Evaristo Candela “o Noy”, Francisco Gómez Núñez “Trotsky”, Jesús Iglesias Escourido “Tizón”, Leonardo López Gómez “Trancas”y Domingo Villar Torres “Domingo de Cancela”. El día 2 de febrero de 1946, tuvieron un enfrentamiento con la guardia civil en las cercanías de la aldea de Ulloa, en la que murieron Benedicto Fuentes por parte guerrillera y el cura Francisco Salgado Agra, que en ese momento se hallaba en compañía de los civilones y resultando herido el número Félix Rodríguez Celeiro. A mediados de diciembre de ese mismo año, a bordo del Santa Teresa, parten hacia Francia un buen número de guerrilleros, consiguiendo tras varias aventuras llegar al país vecino sanos y salvos.
 
      Guerrilleros gallegos evadidos en el Santa Teresa.
  En el mes de marzo de 1947 atraco al vecino de Xerés Alfonso Viñas, en julio, amenaza al cura José Ramón Fraga Alonso, provocando el traslado del mismo. A mediados de 1951 en San Xiao do Camino, tiroteo sin consecuencias con una pareja de la guardia civil, acabando uno de los números ileso pero con varios agujeros de bala en el capote. Una sonada anécdota cuenta que en Vilouriz, mientras la guardia civil registraba la casa de Damián, en la que estaba escondido “Curuxás”, el guardia Jesús Furelos, tras subirse por una escalerilla y asomar la cabeza en un pequeño cuarto, se encontró con “el lacón”, que así llamaba Ramón Varela a su nueve largo, apuntándole entre los ojos, a lo que respondió con toda la tranquilidad que fue capaz de adoptar “aquí no hay nadie”.
        El guerrillero Benedicto Fuentes Díaz.
  “Curuxás” se valió durante una buena temporada, hasta principios de 1951, de mandar cartas a ciertos personajes adinerados, en las que exigía un préstamo de dinero a cambio de dejarlos en paz, hasta la llegada del sargento de la benemérita Juan Villena que acabo con su método mediante los carteros que conocían su letra y localizar a las víctimas. Después tuvo que ir personalmente a pedir los préstamos, como al cura Manuel Flores castro, a mediados de ese mismo año, o a Ricardo Quintás, siendo las cantidades recogidas de escasa cuantía, o volviéndose con las manos vacías, como tras sus amenazas al párroco Ricardo Vázquez o al tratante de ganado J.C.
  Acabó viviendo de la solidaridad de las gentes que lo conocían, lo que no impide a Ramón llevarse “sin pagar” dinero, comida y tabaco del estanco de Leboreiro el 5 de abril de 1951. Pese a su vida como huido y guerrillero, la noche que más miedo pasó, según testimonio de Primitivo Fernández, fue durante ese mismo año, mientras cambiaba de refugio por la noche, escuchando  gran barullo tras él, y creyendo que los civiles o falangistas habían dado con él, pega su espalda contra una piedra y se dispone a hacerles frente. Para su sorpresa, se encuentra con tres lobos, disparando sus pistolas, acaba con uno de ellos, mientras los otros dos consiguen esquivar los disparos. Para gran alivio suyo, cuando las dos pistolas están descargadas, los lobos dan media vuelta y se marchan.
 Ramón Chaves, Francisco Iglesias y Francisco Gómez.
  En 1953 dejamos de tener noticias de Ramón, y no se vuelve a saber nada de él hasta el 14 de mayo de 1967, día en el que fallece en casa de su amigo Ramiro Mosquera. Este, junto a Primitivo Fernández y otras personas que sabían de su presencia, lo vestirán, lo prepararán, pondrán su vieja pistola Astra de 1936 de nuevo en su pantalón, y por la noche, a través del monte, sobre un pequeño carro, lo llevarán hasta la aldea de Vilamor, donde lo dejarán al pie de un camino para que la guardia civil encuentre al día siguiente, el cuerpo sin vida del largamente perseguido “Curuxás”. Lo que no consiguieron civilones ni falangistas, ni siquiera sus temidos lobos, lo consiguió una vieja compañera de sus tiempos en la mina, la silicosis acabó con el último guerrillero gallego.
Cadáver de Ramón Rodríguez Varela "Curuxás", en 1967.
 
Fuentes: Curuxás. El guerrilleiro que non cazou Franco. (Carlos Parrado), O movemento libertario en Galiza. 1936-1976. (Dionisio Pereira y Eliseo Fernández), Maquis. (Secundino Serrano), A evasión guerrilleira no Santa Teresa. (Cibrao Ponte) y

83 años después "El Chato" regresa a Nueva York.


http://laepopeyadelchato.blogspot.com.es/2015/05/83-anos-despues-el-chato-regresa-nueva.html


sábado, 9 de mayo de 2015


El vídeo del nieto de "El Chato" formará parte de la presentación del libro "Invisible Immigrants" que tendrá lugar en la sede del Instituto Cervantes de de la ciudad del Empire State Building
J. M. Menéndez, nieto de Jaime Menéndez "El Chato" durante la grabación. Foto Agencia Febus.
Jaime Menéndez "El Chato" formará parte de la presentación del libro Invisible Immigrants (Luis Argeo & James Fernández) que tendrá lugar dentro de unos días en la sede del Instituto Cervantes de la ciudad de Nueva York. Para tan digna ocasión se proyectará este vídeo donde el escritor J. M. Menéndez sintetiza lo más relevante de la carrera de su abuelo en 1932. Año en que fue tomada la fotografía que sale publicada en el mencionado libro.
Así pues, según parece, se puede decir que, de alguna manera, "El Chato" volverá a Nueva York 83 años después de su salida justo antes de se enviado por The New York Times como corresponsal a Madrid.

MEMORIA/OBJETIVO RONDA. Francisco Pimentel.


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La Voz de Ronda 09.05.2015
MEMORIA/OBJETIVO RONDA
Hace varios meses que fue publicado el libro Objetivo Ronda que como tantas otras cosas ha tardado un poco de tiempo a llegar hasta aquí, aunque me consta que el coordinador de los varios historiadores que lo han escrito hizo gestiones para que la editorial Aconcagua lo hiciera llegar hasta nosotros. Pero hay que decir que el trabajo editorial en Andalucía es difícil y no es rentable agravándose por una controlada distribución que facilita o dificulta la difusión de las publicaciones según intereses ideológicos.
Los cuatro investigadores de nuestra verdadera historia que han hecho posible Objetivo Ronda son Manuel Velasco Haro, José María García Márquez, Francisco Díaz Ayala y Raquel Zugasti Villar y nos hablan de parte de la agresión fascista en la Sierra Sur de Sevilla y las comarcas de Antequera y Ronda.
A la sublevación militar franquista en Julio de 1936 le acompañó la necesidad de someter por las armas todas aquellas zonas que permanecieron leales a la República y la consigna de implantar el terror a sangre y fuego se fue cumpliendo al pie de la letra.
En Andalucía a principios de Septiembre dio comienzo una operación militar poco conocida que tenía como objetivo dominar todo el recorrido de la línea ferroviaria Algeciras-Granada, ambas ciudades ya en manos golpistas, a excepción de un largo tramo con epicentro en Ronda.
Las consecuencias que se derivaron de estas operaciones afectaron de manera directa a tres comarcas: Sierra Sur de Sevilla, comarca de Antequera y Serranía de Ronda. Cuatro meses después caería toda la zona del Valle de Abdalajís, Valle del Guadalhorce y, finalmente, Málaga.
Se inició así el episodio mas sangriento que jamás hayan conocido estas comarcas en toda su historia. Los balances de víctimas asesinadas en nombre de Dios y de España fueron tremendamente elevados. Esta publicación pretende dar a conocer lo ocurrido en la zona y recuperar al menos la identidad de los hombres y mujeres que sufrieron aquella barbarie.
En la introducción Manuel Velasco Haro dice: …esta investigación surgió a raíz de una publicación sobre la historia del pueblo de Los Corrales… la publicación contrastó la documentación y los testimonios con las crónicas del cura Bernabé Copado que acompañó al comandante Redondo en sus ocupaciones por la zona.
Esta operación formó parte de un avance militar de gran envergadura para someter territorios y sobre todo dominar la línea ferroviaria Algeciras-Granada… Dado que un tramo de esa línea pasaba por tierras malagueñas, con epicentro en Ronda, aún en zona republicana, disponer de estas vías era un objetivo prioritario para los rebeldes sublevados…
La ofensiva debía iniciarse por tres frentes distintos y dos de ellos confluirían en la carretera de Campillos a Ronda. El primero la columna del comandante Redondo partiría de Osuna hacia El Saucejo, Los Corrales, Martín de la Jara, Villanueva y Algámitas para saltar a Almargen y Cañete. El segundo saldría desde Antequera bajo el mando de Varela ocupando Campillos y Teba. El tercero dirigido por el comandante Arizón desde Arcos de la Frontera y Ubrique, tomando localidades de la serranía como Benaoján, Montejaque, Algatocín, Cartajima,…
El Jueves 3 de Septiembre del 1936 dio comienzo en Osuna esta operación que acabó el día 16 con el bombardeo aéreo de Ronda y sus calles repletas de cadáveres…
Mi amigo Antonio Vázquez Rosado puso una nota en Facebook la primera vez que hablé de este libro el pasado día 18 de Abril que decía: Este libro se puede conseguir en Ronda en Librería-Papelería Cervantes que está junto a la iglesia de San Cristóbal.
No lo ha recibido por el canal de distribución sino que ha tenido que ir a buscarlo a Málaga repitiendo el viaje cada vez que se agotan en un empeño personal por difundir la memoria histórica de Ronda.
Francisco Pimentel
asociacionmemoriahistoricaronda@yahoo.es
grupo facebook: memoria histórica de Ronda

Las últimas horas de Gerda Taro, la compañera de Capa, en Brunete.


http://www.fronterad.com/?q=ultimas-horas-gerda-taro-companera-capa-en-brunete-dos-camaras-coche-general-walter-y-tanque



Gerda Taro en Paris en 1936. Foto: Chris Stein
      

    Las últimas horas de Gerda Taro, la compañera de Capa, en Brunete. Dos cámaras, el coche del general Walter y un tanque

    Jesús González de Miguel - 07-05-2015
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    Aníbal González, el conductor del tanque, no notó nada cuando las orugas de su máquina pasaron por encima de Gerda Taro. Ningún ruido, ningún movimiento. Lógico. Su tanque pesaba 9.500 kilos y llevaban replegándose toda la mañana por los campos entre Brunete y Villanueva de la Cañada, con la Legión Cóndor sobre sus cabezas arrojándoles todo el hierro que tenían y ametrallándoles en cada kilómetro de su retirada. Hacía un calor de los que te hacen renegar de cada paso. Estar dentro de un tanque con más de cuarenta grados a la sombra tiene que ser un infierno. Normalmente las tripulaciones solían ser mixtas: españoles conduciendo o cargando el cañón de 45 mm, brigadistas internacionales y el comandante y tirador, que podía ser soviético. En el Madrid de 1936, las tripulaciones eran soviéticas pero ahora, en julio de 1937, todo había cambiado, la llegada de nuevos tanques exigía más tripulaciones y ya no importaba tanto el origen de los mismos.

    La carretera de Villanueva de la Cañada se hallaba anegada por la retirada de las tropas republicanas, los coches, los tanques, las ambulancias, los camiones, la artillería… Todo el mundo se quería poner a salvo ante el avance de las tropas de Franco, y Aníbal González no tenía tiempo que perder. Gerda y su compañero Ted Allen habían estado toda la mañana en primera fila, haciendo fotos y grabando con la cámara de cine Eyemo. Habían llegado hasta el cuartel del general polaco Walter, con quien le unía a Gerda una gran camaradería, por aquello de ser polacos los dos y haber coincidido también en la ofensiva de La Granja, meses antes, junto con Robert Capa. Pero la acometida de las tropas republicanas estaba dando un vuelco que olía a derrota.

    El general Walter (Karol Wacław Świerczewski) les había rogado que abandonasen el lugar, que el frente se estaba viniendo abajo, y que no había tiempo que perder si no querían caer en manos de las tropas de Franco Y así lo hicieron. Todavía les dio tiempo de grabar un ataque aéreo, en el que Gerda, con un enorme derroche de valor, había abandonado la trinchera en la que se protegían de las bombas y con la cámara de cine había tomado unas buenas imágenes de la aviación enemiga sembrando destrucción en el campo de batalla. Tenían que retirarse hacia el Norte. Allí estaba Villanueva, el primer paso hacia la retaguardia.

    El camino se iba saturando y ralentizando cada vez más, con toda suerte de soldados y máquinas, y parecía que lo que había empezado como una batalla triunfal y que iba a estrangular a las tropas nacionales en su asedio a Madrid, se estaba desintegrando de forma inexplicable. Habría que empezar de nuevo. Las esperanzas de una victoria definitiva, con un nuevo ejército, se habían convertido en polvo, como el que levantaba aquel ejército en retirada ante el pasmo de alguno de sus jefes y oficiales.

    No había tiempo que perder, Gerda y Ted vieron un coche, un Chevrolet Matford negro, que inmediatamente identificaron como el del general Walter: “Nuestro puesto de mando sobre ruedas”, como lo llamaba su ayudante, Alex Szurek. Era un símbolo de seguridad, de escape de aquel pudridero, de aquella derrota insoportable en que se había convertido la ofensiva de Brunete. Aníbal González con su carro de combate formaba parte de un pelotón de cuatro T-26 y sabían que al Oeste se encontraba la carretera que enlazaba con Villanueva. Ya habían caído muchos compañeros y era necesario huir. La aviación republicana había perdido el dominio del cielo y la retirada se había convertido en la “caza del pato” para la aviación enemiga.

    Aquellos mastodontes de metal se habían transformado en objetivos fáciles para los Heinkel 111 y los Junkers 52 y había que ponerse a cubierto. Gerda se acercó al coche y les preguntó si podían acercarles a Villanueva de la Cañada. El conductor del vehículo era de nuevo el checo Josef Edenhoffer, y la queja y el estrés se mezclaban en su cara. El coche iba repleto de heridos, con los asientos y el suelo tintados de sangre. No había sitio, pero los conocía de otras ocasiones y les ofreció los estribos del coche donde podrían ir colgados hasta Villanueva, que estaba a apenas unos kilómetros. Gerda asintió. Dejó su cámara de fotos Leica y la cámara de cine Eyemo en el asiento del copiloto. Se agarraron bien y comenzaron su particular repliegue entre el lamento de los heridos y el polvo, que con el calor, lo inundaba todo.

    Aníbal y el pequeño grupo de tanques que le seguía continuaban abriéndose paso por un bosquecillo. El ruido del motor del carro blindado, el calor, las balas que percutían contra su estructura con un característico estruendo metálico, las explosiones en los alrededores, los gritos que se lanzaban los tripulantes… A veces simples gestos porque no conseguían hacerse entender, en parte por el ruido infernal, en parte por los diferentes idiomas de cada uno de los ocupantes. La temperatura había convertido los monos de tanquistas en una segunda piel de sudor y miedo. Con la garganta reseca y los labios blanquecinos, ya que no quedaba una gota de agua, la mente de Aníbal marchaba a cien por hora. Sólo prestaba atención a una voz interior que le decía: “¡Vamos, vamos, hay que salir de esta mierda, venga, venga…!”.

    La carretera se iba convirtiendo en una riada de gritos, juramentos, cláxones y cacofonía de motores, agravado por el vuelo rasante, el zumbido aterrador de la aviación franquista. Gerda y Ted comenzaron a oír un ruido de motores a su derecha. Aníbal seguía acelerando, intentando ver algo en medio de los árboles. La carretera debía de andar cerca. Gerda y Ted giraron sus cabezas esperando ver de dónde procedía aquel rumor creciente. Aníbal descubrió un claro entre las ramas e irrumpió en la carretera: un mar de personas y vehículos. A Gerda apenas le dio tiempo a darse cuenta de que un tanque T-26 junto a otros más se le venía encima saliendo de la espesura de forma impetuosa. Josef intentó esquivarlos dando un volantazo y girando a la izquierda. Pero ya era demasiado tarde. Gerda cayó del coche y las orugas pasaron por encima provocándola heridas mortales. Las cadenas la reventaron. Ted se rompió una pierna. Unas fuentes dicen que el coche volcó y otras que consiguió mantenerse en la carretera… con las cámaras en el asiento del copiloto.

    Otros testigos aseguran que Gerda había caído por un bache o una explosión anterior, justo detrás de una pequeña valla, y que el tanque, maniobrando hacia atrás o descontrolado, se llevó por delante a la gran promesa de la fotografía europea. La retirada continuaba, pero había que evacuar a Gerda Taro de allí. Unas horas más tarde, cuando pudieron detener sus máquinas blindadas, otro tanquista, de nombre Fernando Plaza, le dijo a Aníbal: “¡Te has cargado a la francesa!”.

    Ni se había dado cuenta. Pero sí conocía a la francesa. Todos la conocían como la compañera de Capa. Gerda Taro no saldría viva de la batalla de Brunete. La trasladaron al hospital de El Escorial. Otras fuentes hablan del hospital inglés de El Goloso. En cualquier caso, el daño era espantoso. Una transfusión y morfina para acompañarla hasta su hora es lo único que pudieron hacer por ella. Su obsesión eran sus cámaras, saber dónde estaban. A su compañero Ted, que se había roto el fémur, le escayolaron la pierna. El médico y la enfermera Irene Goldin intentaron que sus últimas horas lo fueran sin dolor. Murió muy temprano, por la mañana. Era el 26 de julio de 1937 y la batalla de Brunete acabaría, en nada, pero con miles de muertos.

    Robert Capa, mientras tanto, se encontraba en París, intentando conseguir contratos y permisos para trasladarse junto a Gerda al frente chino-japonés. Podía ser otra gran aventura. Pero descubrió en la consulta de un dentista, en la tercera página de un periódico, que su amada había perdido la vida en la batalla de Brunete. Desde entonces nada iba a ser lo mismo. Se iba a acercar cada vez más a la muerte. Y si te acercas demasiado es más fácil que te acabes encontrando con ella. Moriría en el conflicto indochino al pisar una mina en 1954. La guerra y la parca, inseparables compañeras, le estaban esperando diecisiete años después.


    * * *

    “Y ésta es la cámara de Capa”. Nos quedamos de piedra. Cuatro amigos llevábamos días visitando el campo de batalla del Ebro, como en una road movie envuelta en amistad e historia. y de pronto, en medio de una de las colecciones particulares más impresionantes de la Guerra Civil que hay en España, en Corbera de Ebro, Pere, su propietario, un payés, generoso y paciente, nos enseña en una rincón una cámara de cine que dice que perteneció al mítico fotógrafo húngaro. “En España, en aquellos años, debía ser la única”, añade con satisfacción. La cámara es una Eyemo, la utilizada por los reporteros gráficos de la época, pequeña, fiable, una joya de su tiempo. A su lado hay una pequeña lata de película. ¿Vacía?

    A Capa se le ve con la máquina en algunas de las fotos que su novia, Gera Taro, tomó en España. El asunto nos dejó con la boca abierta. Pero la cámara tiene una historia con más trasfondo. Era la que Gerda llevaba cuando un tanque soviético la aplastó en la batalla de Brunete. La misma que había dejado en el asiento del copiloto del coche del general Walter junto con una Leica que había pertenecido a Capa y que éste le había regalado como prueba de su amor. Todo lo que sabía Taro del arte de la fotografía se lo había enseñado Capa. Lo de que sin valor no hay foto que valga, también. Capa se había convertido en un fotógrafo famoso en la guerra de España, y Gerda iba también camino de convertirse en una leyenda. Allí, en medio de una colección privada, sin apoyo de nadie, Pere atesoraba una de las joyas de la historia de la fotografía, una de las cámaras que, de algún modo, formaban parte de la mitología de la Guerra Civil española, de la muerte de quien se había empeñado en retratar el conflicto de la manera más vívida posible y que había encontrado la muerte en el empeño: Gerda Taro.

    Seguimos recorriendo el campo de batalla durante algunos días más, interpretando sus paisajes y situando protagonistas y unidades en cada escenario, estremeciéndonos con cada historia. Pero a veces los grandes y terribles momentos no quieren ser olvidados, vuelven.

    En el año 2005 participé en una exposición y en el catálogo Brigadistas. El archivo fotográfico del general Walter. Eran 333 fotos donadas a la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales por la hija del militar polaco, Antonina Swierczevskaja, y tomadas por el general y puede que por otro ayudante durante su paso por la Guerra Civil. En aquella exposición había cuatro instantáneas en las que aparecía el coche de Walter. Desde diciembre de 1936, al mando de la XIV Brigada Internacional, y hasta su relevo del mando de la 35ª División, el 6 de junio de 1938, el general participó en algunos de los episodios más notorios de la contienda: Lopera, Jarama, Brunete, Belchite, Teruel, retirada de Aragón… Y en todos los frentes, según recordaba su ayudante Alex Szurek, el coche, su puesto de mando, estaba peligrosamente en primera línea. “Tengo miedo de estar lejos de mis hombres”, decía, ante el pasmo de su conductor. No era un general de la Gran Guerra, de aquellos que permanecían a buen recaudo en retaguardia. El coche era su segunda casa. Dormía poco, y se recuperaba con pequeñas cabezadas entre viaje y viaje. Su único alimento parecía ser té con galletas.

    En aquella jornada del 25 de julio de 1937 el Chevrolet Matford negro se encontraba evacuando heridos. Estaban desbordados. En la exposición había tres fotos donde aparecía el coche en cuyo estribo viajaba Gerda Taro y en el que encontró la muerte. En dos aparece el conductor con Walter. Una parece haber sido hecha en Brihuega y la otra en Aragón en 1938. La tercera corresponde a Brunete. En ésta, con Walter en el centro, el Estado Mayor parece cansado. Sentados en el suelo, con la espalda apoyada contra una pared, aguantando el intenso calor del mes de julio y resguardados detrás del coche. Sobre el estribo del que Gerda Taro sería brutalmente desalojada por un tanque republicano hay un termo.

    En las fotos de La Maleta Mexicana aparecen los últimos instantes fotografiados por Gerda en la batalla de Brunete. Al parecer están todos menos los que quedaban en la Leica que le había regalado Capa, que nunca apareció. En sus últimos momentos de lucidez, antes de perder el conocimiento a causa de la morfina, Gerda no dejaba de preguntar una y otra vez si alguien se había hecho cargo de sus cámaras. Según Albert Geist, las fotos que emergen de esos negativos rescatados permiten ver lo último que vio Gerda a través de la lente, es como ver con los ojos de un fantasma: prisioneros, tropas huyendo, un camión explotando, el general Walter en actitud relajada, El Campesino, la torre de la iglesia de Belchite a lo lejos, bajo las bombas…

    Walter volvió a la URSS después de la retirada de Aragón en 1938, y la influencia de Aleksandr Orlov (miembro de la policía política soviética, responsable del traslado del oro de la República a Moscú) evitó que fuese depurado en las purgas que se desataron. Salvó el pellejo de milagro, ya que la NKVD había reclamado en dos ocasiones su retorno. Pero la muerte violenta le persiguió hasta el final. Tras haber sobrevivido a la Guerra Civil española y a la Segunda Guerra Mundial como jefe del Ejército polaco, el 28 de marzo de 1947, ya como ministro de Defensa de la nueva Polonia, una emboscada de nacionalistas ucranianos acabó con su vida entre Jablonski y Baligrod.

    En el año 2008 fue desvelada la identidad del miliciano golpeado por la muerte en la foto más famosa de toda la contienda española, la que tomó Robert Capa. Se trataba de Federico Borrel García. Un mito en blanco y negro. Al año siguiente, el periodista deEl País Jacinto Antón entrevistaba a los descendientes del tanquista albaceteño que accidentalmente acabó con la vida de otro mito, Gerda Taro. Dos personajes salían de las sombras, volvían del pasado y tomaban forma, como fotos recién reveladas en el laboratorio.

    Al terminar la guerra, Aníbal González fue uno de los últimos en atravesar la frontera francesa a bordo de su tanque. Volvió a España y le internaron primero en un campo de concentración en Lérida y luego en un campo de trabajo de Agramunt. Le esperaba, como a muchos españoles, la amarga y larga derrota, y una posguerra gris y vengativa. Durante años se ocupó de proyectar las películas en el pueblo. Cabe pensar que en aquellas largas tardes de domingo, con Carmen Sevilla, el NO-DO y Raza en la pantalla, de vez en cuando le vendría a la cabeza aquella triste frase: “¡Te has cargado a la francesa!”.




    Jesús González de Miguel es historiador. Autor del libro La batalla del Jarama. Febrero de 1937. Testimonios desde un frente de la Guerra Civil (La Esfera de los Libros, 2004), ha escrito numerosos artículos para las revistas Historia 16, La Aventura de la Historia, Serga o Desperta Ferro. También ha participado en la realización de diferentes documentales para la BBC y el Canal de la Historia, y colaborado en las exposiciones Brigadistas. El archivo fotográfico del general WalterVoluntarios de la Libertad. Las Brigadas Internacionales. Es uno de los fundadores y responsables del Museo de la batalla del Jarama ubicado en Morata de Tajuña (Madrid).