divendres, 16 d’octubre del 2015

Eduardo de Guzmán, Etelvino Vega, Jaime Menéndez "El Chato" y el Campo de Concentración de Albatera.


http://laepopeyadelchato.blogspot.com.es/2015/10/eduardo-de-guzman-etelvino-vega-jaime.html


viernes, 16 de octubre de 2015


Hoy, hablaremos del campo de concentración de Albatera, uno más duros, brutales, sanguinarios, y, por desgracia, olvidados, de la España de Franco. Una España que fue un verdadero telar carcelario para los millones de presos políticos. Muchos dicen que nadie ha escrito nada sobre este campo, cosa alejada de la realidad pues hay varios trabajos sobre el tema. Nos centraremos en los testimonios de aquellos que moraron su suelo.
El libro El Año de la Victoria donde Eduardo de Guzmán habla de Albatera. Foto Febus.
El magistral libro El Año de la Victoria de Eduardo de Guzmán se centra en el periodo de cautiverio que el periodista, escritor, dirigente libertario y directivo de Agrupación Profesional de Periodistas, en el periodo de la guerra civil, pasó en el Campo de concentración de Albatera, situado en la zona de San Isidro, en Alicante. 
Albatera fue, sin duda, unos de los más duros por las condiciones, sufridas por los presos políticos: hambre, los ranchos eran escasísimos, cuando había, hacinamiento, torturas, palizas y fusilamientos por doquier.
Allí, fueron a parar cerca de 20.000 republicanos de toda índole: comunistas, anarquistas, socialistas, republicanos moderados, nacionalsitas de izquierda, etc. 
Les recomendamos muy efusivamente la lectura de este libro que debiera ser causa de estudio obligado en colegios, institutos y universidades. Está, como todo lo escrito por Guzmán, maravillosamente narrado lo que hace de su repaso algo ameno y enriquecedor. Les garantizo que si lo leen a la par de aprender disfrutarán de la aventura.
Otro libro que también habla y mcuho de Albatera es The Jail de Jaime Menéndez "El Chato", trabajo que, como ya se ha dicho, fue escrito en el periplo carcelario de su autor, en directo, no son unas memorias, como los demás textos, por lo que le da un toque más cercano, riguroso y real. 
Aunque ese libro de casi 1500 páginas, escrito en un inglés muy alambicado, para evitar problemas, y a escondidas, por seguridad, no ha sido publicado todavía pero en la Epopeya del "Chato", libro que cuenta la vida del mecionado Menéndez, su autor, nieto de "El Chato", recupera una parte importante de lo acontecido en dicho campo.
Estando Menéndez en el reformatorio de adultos de Alicante se reencuentró con Etelvino Vega, Jefe Militar del Ejército Republicano, hombre muy ilustrado, amante de la lectura y gran amigo suyo, de ahí que al verse, de nuevo, se dieran un gran y efusivo abrazo.

Foto, digitalizada por Febus.
Menéndez como buen periodista le "acribilló" a preguntas, quería saber de primera mano como era la vida en aquel campo. Y que mejor para conocer ese extremo que rescatar una parte de sus palabras, publicadas, como se ha dicho, en La Epopeya del "Chato":

—¿Me cuentas más cosas de Albatera

—No tienes ni idea de lo que te perdiste al no venir con nosotros. Como la plaza de toros era de capacidad reducida para tantos hombres, la mayoría de nosotros, trece mil en total, fuimos despachados a Albatera. Normalmente en tren se tarda en llegar un par de horas. Tardamos veinticuatro horas a bordo de vagones de carga, cerrados, atrancados y precintados todo el tiempo. Ochenta hombres por lo menos en cada coche, sin apenas sitio para ponerse en pie. Sólo pensar en ello me pone enfermo. Hombres apiñados, sin comida, sin bebida, sin más que dos paradas en todo el viaje para bajar y satisfacer nuestras necesidades corporales. Era demasiada molestia tener que abrir las puertas, porque las habían precintado otra vez. Y eso a pesar de que el tren iba y venía durante horas, una de ellas durante más de doce horas. Piensa en ello como instrumento de tortura: la Inquisición no tenía nada tan refinado como aquello. Entonces no había vagones de carga, ¿sabes? Era peor que estar enjaulado, quizás peor que una mazmorra del famoso Agujero de la Muerte de la India. Los hombres enfermaban y morían. ¿Pero eso qué importaba? Algunos, después de esperar horas, ya no podían aguantar sus intestinos retorciéndose. Tenían que agacharse, después de haber conseguido sitio para ello, y a empujar apremiando encima de aquellos platos finos del ejército. Después de aquello, durante un tiempo interminable teníamos compañía. Había que aguantar el olor, como mínimo. No importaba tanto, porque ochenta hombres encerrados en un vagón de carga “cerrado”, hora tras hora, hacen que el aire se vuelva espeso y fétido. Las cosas no cambiaban radicalmente por viciarlo un poco más. En cuanto a orinar, era más fácil. Te ibas a un rincón y lo hacías allí, lo más cerca posible de las tablas y muy lentamente para dejar colar la orina por las ensambladuras y evitar que corriese por el suelo. Incluso uno se puede acostumbrar a ver la muerte, estoicamente, con indiferencia.


La Epopeya del "Chato"en compañía de Negrín y Machado. Foto Febus.
Aquí, las condiciones se van deteriorando rápidamente, pero no han llegado al punto de hacer estragos, matando a gente de esa manera sin sentido. Por supuesto, las cosas se están calmando con la eliminación gradual de aquellos que consideran peligrosos, la mayoría de nosotros, naturalmente. Los juicios por procedimientos sumarísimos de urgencia, bajo el código militar aplicado con rigor en las condiciones anormales de levantamiento o rebelión, dejando a uno sin absolutamente  nada a lo que agarrarse, ya han empezado. Se les llena la boca con la palabra Justicia, hablan de un régimen basado en los principios de leyes rápidas y duras. Bueno, todo esto es una parodia, una mascarada tragicómica, y ellos también lo saben. Un simple teniente organiza un tribunal con la ayuda de un par de suboficiales y otro par de sargentos, y el augusto tribunal militar ya está listo para operar. Para hacerlo más impresionante, el representante del Estado, el fiscal, es un capitán. El abogado de la defensa, porque también lo tienen, es normalmente un suboficial o un sargento. Las cuestiones de rango son de suma importancia. Así que si el fiscal pide muchas condenas de muerte, ¿quién iba a culparle de ello? El rango y la autoridad otorgan consentimiento y sumisión… Por consiguiente, cuando tienen ganas de trabajar un par de horas, se juntan, organizan un tribunal, llaman a un grupo de entre veinte a cuarenta personas pidiendo la pena de muerte para el ochenta por ciento del grupo; para el resto, veinte o doce años de cárcel… eso sí, con un día de propina añadido a cada sentencia. Pocos escapan con condenas menores. Y en todo ese tiempo, una atmósfera alegre y optimista preside cada acto, en el que se deshacen de una veintena de vidas en apenas hora y media o dos como mucho. Esa es la justicia, la muy generosa justicia fascista, aclamada vigorosamente por los hombres de ley y orden en el mundo entero.(...)

Poco  después Etelvino Vega, junto con 26 camaradas, fue fusilado. Unos caían fusilados, otros caían a golpes y otros caían a garrote vil. A garrote vil fue ejecutado otro gran camarada, otro gran amigo, otro gran defensor de Madrid que había ocupado la dirección general de Seguridad: el TENIENTE CORONEL ORTEGA ¾que ya era Coronel, aunque para nosotros siempre fue y será el TENIENTE CORONEL ORTEGA¾. Fueron exterminados  miles y miles, cientos de miles de hombres: esa era la forma de engendrar el nuevo régimen. 

Para ilustrar este artículo he recuperado de You Tube este pequeño documental que cuenta con el testimonio, entre otros, del mencionado Eduardo de Guzmán: