dijous, 20 d’agost del 2015

A TI FEDERICO, ALLÁ DONDE TE ENCUENTRES. María Torres. Manuel Terrent.


http://losojosdehipatia.com.es/opinion/a-ti-federico-alla-donde-te-encuentres/

http://www.buscameenelciclodelavida.com/2011/08/ti-federico-alla-donde-te-encuentres.html


María Torres, redacción.
Manuel Terrent Escriche, imagen.
“Cuando se hundieron las formas puras /bajo el cri cri de las margaritas / comprendí que me habían asesinado. / Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. / Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron? / No. No me encontraron. / Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, / y que el mar recordó ¡de pronto! / los nombres de todos sus ahogados”.
Federico García Lorca, “Poeta en Nueva York”
¿Dónde yaces Federico? 79 años han pasado sin saber, sin conocer tan siquiera la fecha exacta en que te obligaron a callar tu verso con un puñado de metralla, como a tantos otros, ojos vendados, manos atadas, espalda contra tapia, bajo la bandera del genocidio aún impune del franquismo.
No hay razones que justifiquen un crimen, pero en ti las encontraron. Aunque detestabas la política partidaria y conseguiste resistir la presión para afiliarte el Partido Comunista, tu afinidad al Frente Popular y a la República y tu posicionamiento al lado de la injusticia social (“Siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega”), te convirtieron en un personaje incómodo para la derecha. Tampoco te ayudó que los intolerantes fueran conocedores de tu condición sexual. Aunque yo creo querido Federico que una razón importante fue la envidia. Eras “el poeta”, el creador excepcional.
Con un puñado de metralla terminaron con tu vida poeta. Apenas treinta y ocho años antes habías nacido en Fuente Vaqueros (Granada) y estudiaste en Madrid en la Residencia de Estudiantes, compartiendo clases con un genio tímido y callado que se llamaba Salvador Dalí, y con un turolense de fuerte carácter y futuro boxeador, que se llamaba Luis Buñuel. Conociste a José Moreno Villa, Emilio Prados, Pedro Salinas, Pepín Bello y tantos otros. A Miguel Hernández siempre le miraste por encima del hombro, por considerarlo un poco pueblerino, porque no nos engañemos Federico, tú presumías de ser un gran poeta con esos aires de señorito andaluz que siempre te acompañaban.
¿Qué turbia premonición pasó por tu cabeza el 13 de agosto de 1936? Cogiste un tren en Atocha dirección Granada, con la intención de celebrar tu onomástica en familia el día 18 de agosto. Te acompañó a la estación tu amigo Rafael Nadal. A escondidas le entregaste un paquete cerrado con la consigna de que si te ocurría algo lo destruyera. ¿Recuerdas? En el paquete, una obra inédita: El público.
Pero el miedo se hizo patente cuando el 16 de agosto asesinaron a tu cuñado, Manuel Fernández-Montesinos, que apenas unos días antes había sido elegido alcalde socialista, el último alcalde republicano de Granada y tus sospechas de ser detenido pasaron a ser certezas. Por ello decidiste ocultarte en casa de tu amigo poeta y falangista Luis Rosales. Allí estabas, en el desván, cuando llegaron a detenerte Ramón Ruiz Alonso, Juan Luis Trescastro y Luis García Alix.
¿Quién te delató? ¿Quiénes te denunciaron? Las hipótesis apuntan a varios denunciantes anónimos y a tu entorno familiar, concretamente el de los primos Alba-Roldán, a quienes Valdés, gobernador militar de Granada tras el golpe de Estado, encargó las formaciones de “escuadras negras” para “hacer desaparecer a gente” de la zona.
¿Qué hicieron contigo Federico? Entre el 16 y 18 de agosto estuviste preso en el gobierno civil de Granada. No quisieron perdonarte la vida a pesar de las múltiples peticiones de indulto por parte de tus familiares e influyentes amigos. Cuando el 17 de agosto llegó Luis Rosales con una orden de libertad firmada por el gobernador militar Antonio González, le dijeron que tú ya no estabas allí. Pero no era cierto. Angelina Cordobilla, la mujer que solía llevar la comida al Gobierno Civil te vió vivo, al lado de una mesa donde había papel, tintero y pluma. ¿Qué esperaban de ti? ¿La lista negra delatora firmada de tu puño y letra? ¿Quién te torturó? ¿Dónde está tu confesión?
¿Dónde está la denuncia que redactara Ramón Ruiz Alonso, y la sentencia a muerte que firmó Valdés por indicaron de Queipo de Llano? Nunca apareció. El único documento que se hizo público es el “Expediente de Responsabilidades Políticas” número 630 de 1940, en el que te acusan de pertenecer a la masonería, en la Logia de Alhambra, que estabas afiliado a los amigos de Rusia, que eras de ideología izquierdista, director de La Barraca de ideario comunista, que publicaste varios poemas negando la existencia de Dios, que fuiste secretario de Fernando de los Ríos y además homosexual.
El 18 de agosto te sacaron esposado del Gobierno Civil, te hicieron subir a un vehículo y te trasladaron a La Colonia, en Víznar, un caserío que servía de prisión improvisada y clandestina. El punto de espera de los que iban a ser asesinados. De allí a una cuneta del camino de Alfacar y ante un viejo olivar te fusilaron junto a los otros y te enterraron, como a tantos otros, en una fosa común sin nombre ni cruz. Dicen que el autor material de tu muerte pudo ser Juan Luis Trescastros Medina, casado con una prima lejana de tu padre, pero han dicho tantas cosas Federico. Incluso difundieron un acta falsa de tu defunción diciendo que habías muerto debido a heridas en combate. Los franquistas siempre quisieron ocultar el crimen.
Hace poco, tras otra investigación, se dieron a conocer los nombres de los que se creen fueron tus asesinos oficiales, los miembros de la escuadra negra de Víznar: el cabo de Asalto Mariano Ajenjo Moreno, el pistolero Antonio Benavides Benavides, Salvador Varo Leyva, Juan Jiménez Cascales, Fernando Correa Carrasco y Antonio Hernández Martín. Todos ellos, que actuaban como asesinos voluntarios, luego entrarían a formar parte de la Guardia de Asalto como compensación.
No sé si te gustará saber que tu asesinato se convirtió en uno de los principales cargos contra el franquismo. El mismísimo dictador intentó salir al paso en unas declaraciones para el periódico mexicano La Prensa en noviembre de 1937, diciendo: “…ese escritor murió mezclado con los revoltosos… Como poeta, su pérdida ha sido lamentable y la propaganda roja ha hecho pendón de este accidente, explotando la sensibilidad del mundo intelectual.
Tu muerte y la de tu cuñado marcaron para siempre la vida de tu familia. Aparte de impregnarles de dolor, tuvieron que soportar la confiscación de sus bienes y el pago de multas millonarias. En 1940 se marcharon hacia el exilio en Estados Unidos. Las últimas palabras de tu padre al embarcar en el “Marques de Comillas” fueron: “No quiero volver a este jodido país en toda mi vida”
Hasta 1950 no se supo dónde te habían asesinado. Fue Gerald Brenan el primero que investigó y el primero en publicar los resultados en el capítulo “Granada” de su libro La faz de España. Brenan describe el Barranco de Víznar como “un pequeño sendero que conducía hasta arriba por el lado del lecho seco y allí, a cincuenta metros más adelante, estaba el lugar. Era una suave pendiente de arcilla azul, con algunos juncos y juncias dispersos, un depósito de las avenidas que se producían cuando el “barranco” se llenaba de agua… El hispanista francés Claude Couffon realizó una investigación casi paralela a la de Brenan, y también aciertó con el lugar del crimen. Hubo muchos más detrás de tus huellas: Marcelle Auclair, Ian Gibson, José Juan Vila-San Juan, Eduardo Molina Fajardo, Eutimio Martín, Miguel Caballero. Éste último investigador granadino ha arrojado nuevos datos sobre tu ejecución y las personas que la llevaron a cabo y asegura que fuiste fusilado la misma noche del 16 de agosto y no la madrugada del día 19 como se creía hasta ahora.
¿Y qué más da ya todo eso Federico? Si estás muerto. Te mataron y te remataron y llevamos 78 años de luto.
La censura de la época trató de menoscabar tu capacidad poética y tu talento y borrar tu compromiso con unos ideales que no tenían que ver con los del franquismo, porque antes tú habías machacado la hipócrita moral a la que ellos pertenecían.
Pasaron muchos años hasta que dieron libertad a tu obra. Te seguían teniendo miedo. Te habían matado y seguían temiéndote. Nos privaron de tu cuerpo en uno de los crímenes más execrables, pero no de tus palabras y tu verso, que permanece inalterable con nosotros.
Aún así, poetas europeos y americanos, no han dejado de intentar recuperarte. Es como si a lo largo de estos setenta y cinco años hubiera un esfuerzo común para perfilar en el discurso una misma identidad, la memoria fraterna, el compromiso ideológico, la decidida admiración o el insondable sentimiento del dolor.
Federico, ¿Recuerdas cuando decías que el mundo estaba detenido ante el hambre que asolaba los pueblos?, seguimos igual, con el mismo desequilibrio económico, con ricos y pobres, pero ya nadie habla en socialista puro. (“El mundo está detenido ante el hambre que asola a los pueblos. Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena, y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico dice: ‘¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted el lirio que florece en la orilla’. Y el pobre reza: ‘Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre’. Natural. El día que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la gran revolución. ¿Verdad que te estoy hablando en socialista puro?” [Entrevista en La Voz, Madrid, 7 de abril de 1936].
Te mataron Federico y todo fueron sombras. Alejo Carpentier lo describió muy bien con estas palabras:
“Llega el periodista de América y llega el escritor de Francia; viene el profesor erudito y viene el poeta embrujado por el duende del poeta-duende. Y camina y pregunta [...]. Se ve rodeado [...] por sombras oscuras, arrugadas, supervivientes de un ayer que temen hablar de ayer, y rodean al visitante, al investigador, al erudito, al hombre de ficha y documentos, como un cónclave de sombras que callan su secreto [...]. ¡Gracias a ti, hemos sabido, Federico, cuánto pesaba la sangre de un poeta!”.
Te mataron Federico, y ya no te encontraron. No. No te encontraron.