divendres, 22 de maig del 2015

Gonzalo Celorio: “Siempre padecí una nostalgia prematura”.


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El mejicano Gonzalo Celorio cerró la saga de su familia en “El metal y la escoria”, una epopeya sobre su rama paterna de origen asturiano y una reflexión honesta sobre los mecanismos del olvido y la memoria.

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Tres generaciones, tres siglos y tres centenares de páginas se fusionan de manera sintética y magistral en El metal y la escoria, la novela de Gonzalo Celorio que reconstruye la historia de sus antepasados mejicanos de origen asturiano a la manera de una fábula moral en la que también cabe la reflexión sobre la memoria. Escrita como un “exorcismo” contra la amenaza del olvido simbólico y literal (varios de sus ancestros contrajeron Alzheimer), Celorio alumbra la vida de personajes singulares –sus tíos adeptos al alcohol, el juego y las mujeres, su tía afrancesada, su esforzado abuelo inmigrante, su padre valiente e inescrutable– clausurando una saga familiar iniciada con Tres lindas cubanas (2006), en la que evocaba la rama maternal y cubana de su mixto árbol genealógico.
Si bien el libro está encarado desde la más elegante y distanciada objetividad (entre la primera y la segunda persona, recurso que también abordó en el recién reeditadoY retiemble en sus centros la Tierra, de 1999), lo cierto es que el escritor no puede dejar de reconocer que hay un cierto dejo de nostalgia en su abordaje narrativo. “Parecería que recordar es una actitud de la vejez, pero yo siempre he padecido una nostalgia prematura. Hay una frase de Simone Signoret que envidio porque me hubiera gustado a mí haberla pergeñado, que dice ‘la nostalgia ya no es lo que era antes’ (risas)”, explica. Y continúa: “Desde muy joven tenía la inquietud de escribir esta historia, sobre todo porque se me había escamoteado, se me había vedado. No se hablaba de ella en mi familia porque no era una historia edificante, era una historia más bien llena de decadencia, degradación, vicio, se había convertido en un tabú familiar y eso despertó mi curiosidad desde que era un niño”.
La obsesión de Celorio por apuntar ese devenir errático en el que no falta la dilapidación de una fortuna, muertes tempranas y exilios forzados se remonta a más de 40 años atrás, momento en que El metal y la escoria nació como un ambicioso proyecto de novela total que después fue encontrando su rumbo más modesto pero no por eso menos entregado. Celorio: “Al principio iba a ser una sola novela con la familia materna y paterna, pero escribí primero Tres lindas cubanas por una necesidad apremiante que tenía de pronunciarme respecto a Cuba. Cada vez que alguien criticaba a Cuba yo salía en su defensa y cada vez que alguien la defendía acríticamente yo adoptaba una posición crítica. Y dije ‘no, tengo que escribir una novela para plantear esta contradicción porque sino me voy a volver esquizofrénico’. Ahora que alguien me pregunta sobre Cuba le doy una recomendación bibliográfica, es un asunto que ya no me pertenece. Y el primer capítulo de Tres lindas cubanases una especie de índice de que lo que hoy es El metal y la escoria”.
Zonas oscuras
–¿Qué le suma la ficción a su epopeya familiar?
–Creo que la diferencia estriba en que cuando escribes un libro de historia estás regido por la veracidad y cuando escribes una novela estás regido por la verosimilitud. Entre veracidad y verosimilitud hay una diferencia, yo no podría haber escrito un libro de historia porque en primer lugar no soy historiador ni me interesa serlo. La imaginación tiene más capacidad para iluminar esas zonas oscuras del pasado que la documentación, yo no tenía la documentación y te aseguro que esta historia es quizás más veraz que si la hubiera escrito un historiador. La ficción tiene la capacidad de hacer calas más profundas en la realidad que le sirve de referencia. Siempre digo que conozco mucho mejor el campo mejicano leyendo a Juan Rulfo que todos los estudios políticos, estadísticos y sociológicos sobre el medio rural mejicano. La novela tiene la capacidad de ampliar las categorías y escalas de la realidad y darnos una realidad más profunda que la que nos puede dar un historiador.
–¿Logró “El metal y la escoria” su cometido exorcista?
–Totalmente. Escribir una novela siempre parte de un conflicto que uno tiene y no puede resolver en el transcurso de una sobremesa. Hay que navegar durante 600 páginas o lo que sea aunque no para resolver el conflicto sino para plantearlo. La novela nunca resuelve el conflicto que motivó su escritura, pero se lo pasa al pecho del lector. ¿Por qué somos lectores? Pues porque somos unos masoquistas (risas), siempre tratando de ver los conflictos ajenos quizás para sentirnos parte del género humano. Y en esta novela el conflicto original era arrojar luz sobre una historia que yo sentía mía y no conocía. Después el conflicto fundamental pasó a ser el de la memoria, llegué a tener un verdadero pavor de tener la enfermedad de mi hermano. El solo hecho de haberlo escrito y haberme puesto a mí potenciando ese miedo como víctima de la enfermedad me exorcizó de ese conflicto. En este momento no tengo absolutamente ningún temor, ya está escrito, ya quedó ahí configurado. 
–¿Cree que existe hoy una tendencia a escribir sobre familia y memoria?
–Héctor Aguilar Camín acaba de publicar Adiós a los padres, donde habla de una ascendencia cubana y asturiana como la mía, Rafael Pérez Gay escribe en El cerebro de mi hermano sobre su hermano que murió también con un problema de senilidad temprana. Hay una preocupación por rescatar las memorias familiares, tiene que ver con lo ocurrido en España con la recuperación de la memoria histórica y en México con una nueva manera de hacer historiografía, la microhistoria impulsada por Luis González. Estas sagas familiares pueden arrojar luz sobre la historia. El metal y la escoria es la primera novela donde están presentes la migración española y el exilio español republicano. Hay allí dos España, una católica, conservadora, monárquica, y otra librepensadora, republicana, antieclesiástica, dos componentes antagónicos determinantes para la cultura mejicana.