dimecres, 25 de març del 2015

Resabios franquistas

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MIÉRCOLES, 25 DE MARZO DE 2015
FABRICIO POTESTAD

El saber es una realidad trágica, pues por causa del conocimiento fuimos expulsados del paraíso, y una vez entregados al saber letrado no es posible encontrar más redención que la que nos procura la verdad racional. Y la veracidad exige un honesto esfuerzo memorístico, pues el olvido no solo nos roba el pasado, también nos arrebata la continuidad con el presente y el futuro. 

 La España del golpe militar de 1936, la guerra civil y la postguerra aparecen en el discurso oficial casi como como un desierto, una larga noche iluminada con tenues candiles que apenas dejan entrever la brutal operación quirúrgica que redujo el país a un turbador muñón. Los hijos de los vencidos, como los llama Lidia Falcón, tienen la necesidad y el derecho de encontrar ese tiempo no ya perdido, sino saqueado, secuestrado y amputado de nuestro pasado histórico. Sin embargo, hoy día sorprende la insustancial resistencia de la ultraderecha al percibir atroces peligros cuando se trata sencillamente de reconocer moralmente a las víctimas del franquismo. Sólo el complejo de inferioridad de una terca y cerrada derecha, radicalmente conservadora, puede explicar tal torpeza histórica. No se puede vivir sin plena conciencia del pasado, sin esa época sustraída que gravita sobre nuestras espaldas y sin comprender el lugar al que nos ha arrojado el torrente de un tiempo apenas clarificado. La discontinuidad no puede ser nuestro sino y menos aún la barbarie cainita y arrasadora sobre la cual tenemos que reiniciar y continuar nuestra existencia. El presente es como es, en parte al menos, por el desfasamiento de nuestro discurrir actual con respeto a aquello que tuvo que acontecer durante aquellos años de oscurantismo, aislamiento e ignorancia, pero que no ocurrió. Años en los que la moral, la ética, la libertad, la cultura, la educación y el conocimiento estuvieron soterrados en las catacumbas de un país cercenado por la dictadura fascista. 

Se optó por una reconciliación fácil, mediante el olvido que pretende convertir en mera pesadilla el recuerdo de una tragedia cierta. Es evidente que no parece que la necesidad de asumir crítica y clarividentemente el pasado haya avanzado mucho en estos años de democracia. La conciencia colectiva sigue dividida hasta el punto que los tímidos homenajes a las víctimas del franquismo, empobrecidos por su escaso poder convocante, paradójicamente coexisten con la presencia de símbolos que ensalzan la dictadura o con actos que conmemoran el alzamiento militar. Persiste, asimismo, la inmoral resistencia a desenterrar toda la tragedia vivida por temor a que se cuarteen las vigentes componendas políticas. Acomodos que por una parte homenajean a García Lorca y recuerdan la Guerra Civil en la que España fue epicentro de una enorme conmoción, y por otra mantienen al dictador enterrado en el Valle de los Caídos, como si de un héroe nacional se tratase. Y esta paradoja inunda la mirada retrospectiva con la imagen de un horror, cual si lo que por España se abatió fue una catástrofe natural y no una violencia desencadenada por muy concretos responsables, facilitándose así la impunidad de los crímenes cometidos en tan fatídica como ilegítima contienda. Así, y a la postre, la victoria de los sublevados quedó tácitamente consagrada. 

Se puede hablar ciertamente de tragedia, pero no solo por las víctimas, sino también porque la sublevación militar y su victoria final supusieron la interrupción y represión del avance político, moral, cultural, científico y económico que el país necesitaba. La verdad es que en nuestra débil democracia, en nuestro actual clima de pusilanimidad todavía no resulta fácil afrontar un pasado del cual llegan claros mensajes de violencia brutal. Al contrario, se exhorta a olvidar los fantasmas, las pesadillas del pasado y a mirar hacia el futuro, creyendo que el discurso glorificador del presente y ocultador del pasado convertirán en mera arqueología los recientes crímenes del golpe militar y de la dictadura. En realidad, semejante incitación al olvido supone un grave error, no solo por razones éticas, sino también pragmáticas, pues sin el reconocimiento moral de las víctimas, sin el rescate de sus restos y su digno enterramiento, no será posible alcanzar la reconciliación ciudadana que se precisa.

La exploración del pasado, guiada por el más escrupuloso afán de saber la verdad, nos devolvería asombrosamente, como un espejo, la imagen de lo que en el presente sucede. Sirva como ejemplo la actual corrupción que azota el país. No olvidemos que la corrupción política, financiera, empresarial y deportiva se encuentran todas ellas conectadas con el deterioro de la condición ética, o, en términos freudianos, con la ausencia de una estructura superior de carácter moral que gobierne los comportamientos humanos. En este sentido, la degradante sociología imperante durante el franquismo supuso el caldo de cultivo óptimo para que la moral no arraigara profundamente en los sentimientos y para que determinadas transgresiones éticas no ocasionaran ni culpa ni vergüenza. Si bien es cierto que en aquellas circunstancias la Transición se reveló como el único camino viable para acceder a la democracia, ésta tuvo también ciertos inconvenientes, como el resabio franquista que trasluce la actual corrupción, la llamada ley mordaza, la mentalidad rancia e inaceptable de la derecha más conservadora, la pérdida de derechos de los trabajadores y la huida hacia adelante que representa el bochornoso e injusto olvido al que se pretende someter a las víctimas franquistas. En fin, guiados por un afán épico, quizá estemos a tiempo de hallar el sepulcro de Don Quijote y recuperar el yelmo de Mambrino.

Fabricio de Potestad Menéndez es presidente de la CER del PSN-PSOE.