dilluns, 30 de desembre del 2013

El plan de fuga de los cornetas


http://www.diariovasco.com/v/20131228/cultura/plan-fuga-cornetas-20131228.html


Tres presos extranjeros idearon una espectacular huida de la cárcel de Burgos en 1949. El escritor Miguel Usabiaga narra la historia en su libro 'El alcalde de Floridsdorf' a partir del testimonio de su padre preso 

28.12.13 - 00:07 - 
Estación del Norte de San Sebastián, invierno de 1998. El recién licenciado arquitecto Miguel Usabiaga (Donostia, 1961) se dispone a tomar un tren destino a Viena cuando, en el último instante, su progenitor le comenta: «Ya que vas a Viena, pásate por Floridsdorf, porque yo conocí al alcalde». Aquellas palabras pronunciadas por el exmaqui Marcelo Usabiaga (Ordizia, 1916) y preso durante 21 años en cárceles franquistas se intalaron en la mente de su hijo durante años: «Se me quedaron grabadas, porque mi padre tiene tanta información sedimentada en capas, que aunque le hayas escuchado muchas veces, hay alguna capa que nunca ha salido a la luz y en este caso hubo un estímulo nuevo, mi viaje, para que saliera ese recuerdo que me sorprendió sobremanera».
Barrio La Florida de Hernani, 2005. Esas palabras fueron germinando en la cabeza de Miguel Usabiaga hasta que comenzó a desentrañar la historia que guardaban y terminaron por florecer en septiembre de 2013 con el libro 'El alcalde de Floridsdorf' (Ediciones Irreverentes; 12 euros): «Le pregunté sobre ese misterioso alcalde y me dijo que se llamaba Schmitz, por lo que, como un arqueólogo histórico, me puse a buscar a Schmitz en los Archivos Militares de Ávila, los archivos de la administración en Madrid y en la prisión de Burgos, porque tenía ese dato: que había estado en la prisión de Burgos con mi padre», narra Usabiaga. Pero para su sorpresa, de todos los sitios le llegaron respuestas negativas: el reo Schmitz no existía.
 
 
Por casualidades de la vida, por aquel entonces se iba a realizar la presentación en Madrid del 'Diccionario bibliográfico de los voluntarios republicanos austriacos en la Guerra Civil', escrito por el veterano internacionalista Hans Landauer. Miguel no lo dudó ni un instante y se puso en contacto con este viejo combatiente: «Me firmó su libro y me corrigió: 'Estás en un error. El que tú buscas no es Schmitz, se llama Orlistch'. Como sonaba un poco parecido, ahí estaba la equivocación de mi padre», cuenta. Pero, ¿quién era ese enigmático hombre?
Landauer también le envió diversa información sobre dicho personaje, que tenía gran relevancia en Austria. «Con estos datos busqué en los mismos archivos y en otros. Entre ellos los antiguos de la Internacional comunista en Rusia. Me carteé su la encargada, Svetlana Rosenthal, quien me facilitó mucha información». Entre otros documentos, Usabiaga recibió un historia, una ficha comunista y otra de alistamiento con un sinfín de datos de la vida del misterioso alcalde Joseph Orlistch (Carintia, 1901).
Largo historial antifascista
Es así como automáticamente el investigador consiguió el expediente penitenciario de Orlistch y descubrió su extraordinaria trayectoria: «Luchó en la Primera Guerra Mundial con el ejército austriaco en la famosa batalla del Piave. En 1934, cuando sucedieron los levantamientos en Asturias, en Austria también hubo algo parecido, y fue detenido. Después se hizo brigadista en 1937 y fue herido dos veces en combate en Guadalajara y Teruel. Marchó a Francia cuando las Brigadas son retiradas y se integró en la Resistencia francesa contra los nazis. Después, penetró con una partida de guerrilleros en España y, tras varios encuentros armados con tropas franquistas en diversos lugares del Pirineo de Huesca, fue arrestado junto a otros once maquis, la mayoría extranjeros», subraya emocionado el arquitecto. Los apresados fueron sometidos a un consejo de guerra en Zaragoza y condenados a treinta años de prisión.
«Con el alcalde de Floridsdorf yo tenía mucha amistad, era muy simpático. Paseábamos juntos y me contaba cosas de Austria, de esa zona tan de izquierdas y tan famosa en aquella época», recuerda con nitidez el padre del escritor, que, además, añade que no era el único: «Era un grupo de extranjeros en el que había un polaco, un alsaciano.». Pero nada más; ningún nombre; ningún rostro. Hasta que un buen día el Usabiaga hijo recibió del veterano luchador Landauer la pista que necesitaba: una antigua fotografía donde figuran cuatro reos: «Lo cotejé con mi padre. Le dije un día: 'Mira, ¿sabes quiénes son estos?'. '¡Joder, el austriaco y los otros!'». Era, concretamente, la certificación testimonial de los tres protagonistas de la huida.
Por tanto, «gracias a la fotografía di con los nombres de los otros dos protagonistas: el alsaciano y el polaco: Marcel Eichner (Saarbrücken, 1912) era el primero, judío, y Paul Keller (Gdansk, 1917), el segundo». Con estos datos, Usabiaga no tuvo más que pedir a la prisión de Burgos los expedientes penitenciarios de los dos extranjeros que faltaban por rescatar del olvido.
«De estos, en Moscú no había información, porque no habían estado en las Brigadas Internacionales. Tengo menos información, pero he descubierto que habían estado en la Resistencia francesa y que, además, habían formado parte del mismo grupo, y también que entraron en España en la misma partida de maquis por el valle de Hecho, con varios encuentros armados y bajas por ambas partes. Fueron condenados a muerte, pero intercedieron las embajadas y les conmutaron la pena capital por treinta años», explica Usabiaga.
La investigación se dilató en el tiempo durante largos años, por lo que «aquí y allá también voy encontrando datos dispersos. Descubrí para mi sorpresa en el periódico americano 'The Nation' que en los años 60 uno que había estado preso en la cárcel de Burgos, Manuel Amblard, escribió una carta sobre las prisiones franquistas y ponía como ejemplo cómo en los años 40 y 50 otra represión que había en las cárceles era la religiosa. Como ejemplo pone a Eichner, que fue represaliado porque, aparte de comunista, era judío practicante y se negó a arrodillarse cuando en la misa dominical obligatoria sacaban la hostia. Por eso lo castigaron a treinta o cuarenta días». El padre del escritor lo ratifica: «Yo estaba castigado en una celda, y al judío, que estaba en la celda de al lado, paliza por la mañana y paliza por la tarde, durante tres o cuatro días. ¡Los gritos que pegaba! ¡Y yo al lado oyéndolo!».
Pero estos no son los únicos datos que se han podido recabar: en un libro de José María Laso existe una pequeña reseña al polaco Keller, de habla germana, acerca de las clases de alemán que impartía en el patio de la prisión. Pequeñas pinceladas de información que iban poco a poco confeccionando el puzzle de dichos hombres y de su increíble historia.
Un túnel para la fuga
Llegados a este punto, cabía preguntarse: pero, ¿qué fue lo que realmente hicieron? ¿Qué era eso de la fuga? «Mi padre me había contado que los tres se habían hecho cornetas de repente. En 1949, que los cornetas eran los más serviles de la prisión, pues eran los que soplaban el instrumento cuando entraba el director. Y los presos políticos vivían en la desobediencia interna continua con la prisión», cuenta Miguel Usabiaga.
Lo refuta nuevamente su progenitor, sentado a su lado, que indica que cuando tuvieron conocimiento de que sus camaradas extranjeros se habían hecho cornetas «les mirábamos mal, muy mal, y dejamos de hablar con ellos». En los archivos del PCE, provenientes de informaciones internas de prisión y extraídas a escondidas en mensajes encriptados para la dirección comunista en el exterior, también «los trataban de 'traidores', los ponían bajo sospecha», subraya Miguel. «¡Hacerse corneta era hacerse fascista! ¡Quién iba a pensar que se hicieron cornetas para fugarse! «¡Fugarse de Burgos parecía imposible! En cambio, ¡ellos lo vieron!», añade su padre.
Efectivamente, Orlistch, Eichner y Keller se hicieron cornetas, pero por una astuta razón: para poder ocupar el espacio que les adjudicaban. ¿Por qué? «Era un sitio muy adecuado por la cercanía con los muros exteriores; además, considerarían que estratégicamente era bueno, porque ahí no iba nadie de la dirección penitenciaria. Excavaron un agujero, un túnel a modo de las películas, primero con cucharas que habían sacado del comedor», señala el autor de la obra. Cincuenta metros de túnel horadados poco a poco y día tras día. En primer lugar, la tierra extraída la dispersaron por el suelo, pero dejaba mucho rastro, por lo que cambiaron de plan y comenzaron a transportarla entre la ropa sucia al lavadero y diluirla con el agua cuando se encontraban solos.
Toda esta información le ha servido como base a Miguel Usabiaga para escribir su nueva obra y así poder transmitir al lector la irrespirable atmósfera de aquellos duros años entre rejas, aunque, desgraciadamente, ya nada cambiará el pasado; ya nadie podrá devolver los años de prisión a Joseph Orlistch, a Paul Keller, que salieron en libertad en 1955 y 1962 respectivamente, ni la vida que le arrebataron al judío Marcel Eichner que, según el escritor, «fue trasladado en 1954 al centro psiquiátrico penitenciario de Madrid como 'enfermo mental', tras intentar otra fuga saltando el muro de la prisión y autolesionarse varias veces con la hebilla del cinturón y con el cristal de las gafas. Pienso que murió allí, pero no he conseguido averiguarlo, se pierde su rastro».
El plan de fuga de los cornetas
Miguel y Marcelo Usabiaga, con libro en mano, junto a una de las garitas de la guardia civil que aún quedan en pie en Behobia desde donde vigilaban la frontera. :: A. AZURKI